Fundación para la investigación y la difusión de la historia y la cultura españolas en la Argentina
Artículo realizado por Rosa Elena Figueroa
¿Cómo podríamos llamar a personajes que atraviesan como el viento las aguas de un océano inmenso para salvar la vida o para recuperarla del pasado perdido? ¿Cómo llamar a estos seres que escapan de los estruendos que anteceden a una guerra civil, que corren tras el amor que ha partido, que viven sin olvidar la vieja patria ensangrentada, que migran porque la propia les ha quitado toda esperanza, que regresan a buscar aquel cariño de juventud que han dejado olvidado en la soledad del tiempo?
Andrés (Iván Hermés) y José (Ernesto Alterio) son hermanos, amigos y compañeros en la mina donde trabajan. Son anarquistas y ateos, pero es el primero el soñador y el más libre, pues es el menor. De ambos, Andrés es quien mira el mar desde donde le cuenta a José del horizonte que piensa atravesar: más allá está Argentina, donde le esperan trabajo y mujeres, la ventana desde la cual los mirará en un futuro. La América, como tierra prometida, al otro lado del agua interminable como esperanza de algo mejor. José, en cambio, tiene herencia y responsabilidades, es el mayor, por eso rechaza la invitación. Cuando la tragedia los separe definitivamente, José tomará de su hermano el último consejo, “vete tú”, trocando el nombre y el lugar en el vapor que lo llevará a la tierra americana. Vivirá aquellas experiencias que le deparaban a Andrés, y el nombre robado será su pasaporte a la vida y a la libertad después de vengar la muerte haciendo volar la mina. El nuevo Andrés vivirá sin querer un destino usurpado, pero será él y no otro quien lo transite: el anarquista, el idealista, el luchador, el enamoradizo, el trabajador, el padre y esposo, y el reservado protagonista de una historia atravesada por la historia de un país, de un continente y de un mundo.
Este nuevo Andrés Olaya, deja atrás un primer amor, inocente y frágil, tanto como la promesa de regresar en su búsqueda. Pero Andrés tiene veinte años y es y será un hombre con un gran temor a la soledad. Se enamorará de Laia (Pilar Punzano), de Clara (Carla Pantanali Sandrini), de Sophie (Caterina Murino) el gran amor de su vida, y de Lucía (Valeria Bertuccelli), antes de regresar a Henar (Silvia Abascal). La pérdida de los que ha amado, casi siempre de manera trágica y sin que él pueda verlos partir, lo irán marcando hasta volverlo un ser triste. Moldearán esas muertes (su hermano en la explosión de la mina, la familia bajo la Guerra Civil, su primera esposa en un accidente) a una persona reservada y amargada, a alguien que trata de retener de manera casi obsesiva lo que le queda de su mujer, ensimismado en su propio dolor, indiferente al de sus hijos, incapaz de seguir o volver a amar.
Lucía aparecerá en el momento justo: llegando a la madurez y en plena soledad, ella irrumpe en su vida. Lucía es una joven médica, bella e idealista, no comparte sus ideas, pero es capaz de arriesgarse y luchar por los mismos oprimidos por los que él también supo pelear. Su frescura y desparpajo rompen la coraza de gravedad que asoman en el rostro de Andrés, y será la segunda esposa, la madre de su hijo menor, Ernesto (Eduardo Blanco).
Sin embargo, el gran amor de Andrés ha sido Sophie, inmigrante francesa de la colectividad judía. Exiliada en los primeros tiempos de la ocupación alemana de Francia, es una mujer con experiencia, ya ha sido esposa y madre, y como tal cría sola a una niña. Es una talentosa pianista, es una mujer de mundo, de viajes y conciertos. Es una artista de espíritu libre, tan libre que el tiempo que vive con Andrés resulta ser como el de un ave que en cualquier momento intentará escapar de su jaula y volar por sí misma. Lo hará, y será para el marido un auténtico esfuerzo por vencer esos parámetros sociales, algo paradójicos para un anarquista que no cree en la autoridad de unos sobre otros.
Laia es, en cambio, el amor incondicional, el que ha aprendido a esperar y a acompañar, a renunciar y sufrir, una amistad que se brinda a pesar de todo. Es la belleza del barco donde llegó, aquella con la que puede pasar una noche sin temer demandas. Es la que no se rige por hipocresías. Es española como Andrés, casada por poder con un hombre que no conoce, y que resulta ser el dueño de un prostíbulo, donde la ha puesto a trabajar. Ella lo ama y lo amará siempre, sabiendo renunciar a tiempo y sin esperar nada.
Se resigna a perder ante Clara, la abogada que sacaba anarquistas de la cárcel y que ayudaba a los refugiados de la guerra. Y, precisamente, Clara, proveniente de una familia tradicional, es un amor nacido sin tormentas, delicado y cariñoso, pero incompatible y desapasionado.
Luego vendrán Sophie y Lucía, y el regreso final a Henar. Este es el primer amor de José devenido Andrés; es la única que lo llama por su verdadero nombre. Es tal vez, la que mejor lo conoce porque sabe la realidad de su historia. Henar es todo lo contrario a aquellas mujeres que Andrés tanto amó. No es una artista ni tiene profesión liberal, no es anarquista ni lucha por la clase trabajadora o por los desamparados. Al contrario, es una muchacha sometida a la autoridad paterna, que se ilusionó con un muchacho del pueblo, que se quedó esperándolo cuando él partió prometiéndole volver a buscarla, que reza aún entre anarquistas ateos, que teme meterse en política y prefiere huir antes que tener problemas. Es conformista y sólo piensa en proteger a los suyos. Andrés no se halla con ella, se siente arrastrado por fuera de la lucha. Se siente atrapado por la promesa que hizo sin pensar demasiado antes de escapar de Asturias. Para Henar su única razón es él. Henar no es un espíritu libre, pero ha sabido amarlo sin egoísmos y a pesar del tiempo. Anciana ya, será capaz de perdonarlo cuando para Andrés en el ocaso de la vida, anhelando ya la partida, sea ella el último motivo para quedarse en este mundo, el último refugio de tanta soledad, la promesa cumplida setenta años después.
Andrés es un idealista, un activo anarquista. No se entrega de pleno a la acción directa pero no le rehúye cuando lo considera necesario: lo advertimos en la detonación de la mina en venganza del verdadero Andrés o en el secuestro del nazi de las SS camuflado bajo el disfraz de un concertista italiano. Pero el Andrés que ha logrado asentarse en Argentina no es del todo el José de la España del ’34. Ha logrado conformar una familia propia, ha conseguido tener su propio taller de carpintería. Por eso le resulta tan extraña su hermana Felisa (Bárbara Goenaga) la única de la familia que ha logrado sobrevivir y llegar a la Argentina. Felisa ha vivido otra experiencia, la de las guerras, la de los montes y la resistencia, la de la lucha dura, la lucha en armas. Ha visto y enfrentado el fascismo cara a cara. No conoce la paz desde que era muy pequeña. Ha visto morir a su familia y se ha criado en la batalla. Cuando la despiertan en medio de la noche, salta con revólver en mano. Es muy distinta a la paz en que, en lo personal, ha vivido Andrés y que ha sabido construir en su propia casa. Ella es la Guerra Civil y la resistencia antifascista, es la colectivización hasta de la ropa de los niños, no hay ningún rasgo burgués en su semblante y le parecen triviales las asambleas en el taller de carpintería donde trabaja su hermano. Escapará y volverá, casi incompatible con la vida familiar que ha construido su hermano. Han vivido realidades tan distintas. Sólo el tiempo y el amor lograrán alguna paz, ¿acaso? El amor le será esquivo, llegará tarde y se frustrará en la tragedia. Felisa nunca olvidará a Vidal como nunca dejará de ser la luchadora anarquista que, devenida médica, se quedará en plena epidemia de poliomielitis a tratar de salvar a niños pobres y abandonados a su suerte.
Andrés también es un buen amigo, el amigo de sus compañeros anarquistas, Vidal (Rubén Ochandiano) y el más entrañable Juliuzs (Pablo Rago). A Juliuzs lo conoce en el barco, es un judío errante de origen húngaro. Sabe hablar francés y algo de italiano, ha estudiado en universidades y, sin embargo, huye de Europa y lo hace en tercera clase. Su origen judío le será reprochado por los alemanes que viajan en el vapor. Ambos, casi por casualidad, terminarán al cuidado de una niña italiana llamada Gemma (Francesca Trentacarlini). La amistad entre los tres durará toda la vida. Incluso, cuando Juliuzs y una Gemma ya adulta (Giulia Michelini) se casen bajo ritual judío. Juliuzs es un joven reservado, algo tímido, culto y acostumbrado al destierro. Pero es valiente y generoso, dispuesto a acompañar a sus amigos en las buenas y más aún en las malas. Enamorado eterno de Gemma, serán con Andrés como hermanos y sólo la muerte prematura interrumpirá en lo terrenal esa fraternidad. Juliuzs regresará a su pueblo para morir, y Gemma le dejará a Andrés aquel retrato que su marido solía mirar con nostalgia y sin hablar jamás de quienes en él aparecían, su familia seguramente, perdida en las infinitas distancias, en las muertes terribles de aquellos tiempos. Gemma, siempre desenfadada y alegre, rebelde y persistente, fuerte y leal, lo cuidará hasta el final y realizará con un nuevo amor su sueño de ser madre de un hijo al que nombrará Juliuzs.
El otro gran amigo es Vidal, el anarquista más activo del grupo, el más propenso a los impulsos de la juventud y la rebelión. El menos pensante. Vidal es quien le recuerda a Andrés a su propio hermano muerto. Se arriesgará e irá a la cárcel por él, intentará evitar que cometa errores; pero Vidal es incontenible. Logrará huir con ayuda de Andrés tras asesinar al hombre con el que huyó su hermana. Regresará luego, y tras un tiempo seguirá publicando La Protesta (el histórico periódico anarquista) en forma clandestina durante el primer gobierno peronista. Sin embargo, en Vidal o en su muerte se esconderá un largo misterio, el de un cobarde o el de un valiente. Andrés, ya anciano, es el único capaz de reconciliar a Pablo (Charly Leroy) con el recuerdo de su padre. Murió de amor, salvando a sus amigos y a la mujer con la que no se atrevió a vivir su vida, Felisa. Salvó a todos del incendio provocado por la policía, a todos menos al nazi que sus compañeros habían secuestrado y, estando herido, Vidal aseguró la justicia para millones de víctimas y selló su propia renuncia al amor verdadero. Andrés logrará que el odio y la amargura de ese hombre se vuelvan emociones y lágrimas de paz entre un padre y un hijo casi seis décadas más tarde.
Año 2001. Ernesto Olaya, es el arquetípico ciudadano de clase media argentina, hijo de inmigrante español, con esposa, Cecilia (Claudia Fontán), y dos hijos, Tomás (Mariano Bertolini) y Alicia (Manuela Pal). Tiene cuarenta y cinco años y es arquitecto pero hace tiempo que está desempleado, endeudado y sometiéndose a humillaciones con viejos amigos y compañeros de facultad para conseguir trabajo. Se siente frustrado como padre de familia y es símbolo de una clase media venida a menos. Ernesto es el tercer hijo de Andrés, el favorito, según dice su padre, por ser “el más zonzo, ingenuo y soñador”. Es, de los tres, el que más se le parece en muchos aspectos. De joven fue a Nicaragua a construir un pueblo para los indígenas, aunque intente excusarse de ello en alguna ocasión. No es fascista y no le gustan que otras personas discriminen frente a él, es capaz de decirle a un taxista que es boliviano sólo para dejarlo sin argumento y reprocharle sus prejuicios. En verdad, Ernesto es algo ingenuo y, aunque no lo parezca, también soñador. Es quien más se ocupa de su padre visitándolo y contándole lo que le sucede. Sin embargo, este Andrés, anciano y solitario, pues Lucía ya ha fallecido, no es un hombre al que le guste compartir su historia. Tampoco a Ernesto parece importarle y no se habla de esos temas. Sin embargo, el anciano le comenta que viajará porque desea ver Asturias antes de morir.
Ernesto, mientras tanto, persevera pero es imposible. Una noche el teléfono suena y su padre le dice: “Vete tú”. Le ofrece el dinero para ir a España con la condición de que una vez establecido lo lleve. El “vete tú” ahora lo dice Andrés. Es su hijo el que tomará su lugar, como alguna vez lo hizo él con su hermano.
Ernesto no desea irse sin su familia pero la histórica crisis de la economía argentina de esos años tronchará sus planes y terminará yéndose sólo. Su vida de inmigrante ilegal, sin papeles de ciudadano y sin un título válido por el momento, le hará pasar vicisitudes similares a las de su padre en Argentina. Llegar y terminar en una casa de alquiler compartida con otros inmigrantes de distintas partes del mundo, irá forjando un personaje en que aflorarán muchos elementos culturales de la clase media argentina: el prejuicio contra otros inmigrantes (son ladrones), contra el color de piel (su compañera de cuarto es “negra”), sus aspiraciones ligadas siempre a la validación de su título, las veces en que se reprochará a sí mismo por “fascista”.
De a poco se irá dando cuenta que los inmigrantes son iguales fuera de sus tierras. Con o sin título, más pálidos de piel o menos, dominicanos, colombianos, rumanos, senegaleses o argentinos todos sobreviven en la clandestinidad a cielo abierto. Aprenderá a ser más tolerante, a compartir, a ayudar y confiar en personas que no conoce y con las que sólo tiene en común su origen extranjero, el ser “el otro” en tierras extrañas. Como su padre, Ernesto intentará traer a su familia y no podrá; como él, alejado de su amor, lo perderá con el tiempo. Con cada frustración Ernesto se irá dando cuenta de lo difícil de ser inmigrante, tras la humillación del amigo argentino que lo iba a albergar, tras exámenes a veces dados sin tiempo de estudio, sus pretensiones ya no serán las mismas. Su primer trabajo será como albañil sin registro, claro, y lo perderá por intentar inútilmente hacer valer sus conocimientos académicos frente a una pared mal construida. Cuando llegue por fin un puesto como profesional, será de nuevo sin papeles, “en negro”; y si esos reflejos de superioridad asoman a veces, no tardarán en ser destruidos por algún comentario de sus jefes. Para ellos él puede ser “más blanquito” pero no puede esperar tener los derechos o los sueños de un ciudadano. En cambio, la igualdad y el respeto los encontrará siempre en esa clandestinidad cómplice de los expatriados, la que se acostumbrará a compartir y en la que todos se ayudan y sobreviven a la amenaza siempre latente de la deportación.
En esa clandestinidad, no todos son inmigrantes, hay españoles que participan de la comunidad de refugiados del hambre, el desempleo y la guerra. Ciudadanos sin los cuales no sería posible un lugar común. Allí es donde interesa Ana (Marta Etura). Ana es una joven camarera y actriz de vocación, de quizás unos veinte años, que Ernesto conoce por casualidad. Es hermosa, solidaria y soñadora. Presta su nombre para el alquiler con la condición de ser tan de brazos abiertos como ella. A esta casa de Ernesto irán otros compañeros de exilio como Mara (Angie Cepeda) que viene de Colombia, y el rumano Illie (Carlos Kaspar).
Con Ana, a Ernesto le sucederá algo parecido a lo que le pasó a Juliuzs con Gemma en la juventud. Ana lo cuida, está pendiente, lo acompaña y él no quiere darse cuenta de que algo sucede entre los dos. Pero, a diferencia del viejo compañero de su padre, Ernesto decidirá terminar con ese camino y Ana seguirá siendo su amiga, tal vez algo más distante, pero siempre presente. Ana es una joven que, lastimada por un progenitor autoritario que desprecia su talento, ve en él al padre que no pudo tener. Cuando Tomás, aparezca de improviso en el departamento, iniciará una historia con Ana que terminará con el muchacho enamorado y ella abandonándolo para buscar sus propios sueños en Londres.
La otra gran historia es con Mara. Es bastante más joven que Ernesto, trabaja de camarera y es algo atrevida cuando está demasiado agotada. La primera mañana se aparece en la casa y se echa a dormir en la cama de él. Mara es una mujer sin prejuicios, ella puede separar perfectamente el sexo de la amistad y compartirlos con una misma persona. Es sincera y alegre, valora mucho a sus amigos y le teme en grande a los inspectores de migraciones. Ella será su compañera de cuarto, la que verá sus frustraciones y sus días de buenaventura, no forzará nada y cuando la distancia finalmente quiebre el matrimonio de Ernesto y entre en esa triste soledad que sintió su padre al perder a Sophie, ella esperará paciente que él se dé cuenta que la vida continúa y que esa vida puede ser junto a ella.
Atrás quedará Cecilia, la esposa que tanto sufrió la soledad en Buenos Aires, pero que muestra también el cambio de los tiempos. Tan parecida a veces a Henar en su dolor por el amor distante, tan distinta a ella en el sentimiento duradero. Henar esperó setenta años al otro lado de un océano casi imposible de cruzar, Cecilia sólo soportó un año las distancias comprimidas por las tecnologías de un tiempo acelerado. A esas distancias y a esa fragilidad de época temía acaso la hija de Ernesto que resistió con fuerzas marcharse, a diferencia de un hijo que, soñador como su padre y su abuelo, se entregó al exilio voluntario, sin conocer las historias de sus mayores, a hilvanar una nueva vida en la España lejana.
Andrés finalmente regresará a Asturias cuando lo lleve su hijo. Allí, se mostrará por completo cómo es Andrés. Ha escondido su historia, no da explicaciones; sin embargo, puede percibirse el dolor que intenta evitar cuando recuerda. Sus hijos nunca le han preguntado, ni siquiera Ernesto. Saben que vino de Asturias en 1934 y que se casó dos veces, como si todo fuese tan simple. Pero desde un tiempo hasta entonces Ernesto fue descubriendo pistas sobre el pasado de su padre, se ha dado cuenta que jamás le ha preguntado, que no sabe de él; como su propio hijo tampoco conoce de su vida como inmigrante en España.
Andrés, se cierra ante cada indagación de Ernesto, se defiende de los recuerdos que le dan hasta miedo. No puede regresar a los que ha amado, pero los ve. Sophie, Juliuzs, Vidal y Lucía. Ellas le dicen que se quede, él quiere partir. La soledad y el recuerdo pesan más que el cariño de los presentes porque aquellos lo conocen como es. Su historia no quiere compartirla con otros, prefiere partir con aquellos que supieron vivirla a su lado. Tiene algunas cuentas pendientes con Isidro (José Luis López Vázquez), el capataz de la mina responsable de la muerte de su hermano y de la ejecución de toda su familia. Juliuzs le dice que no lo haga, Vidal que sí, los muertos regresan en las visiones de la soledad en el otoño de la vida. Cuando finalmente ve al antiguo enemigo, se da cuenta de las distancias entre uno y otro. A aquel no lo quiere nadie, sus hijos no le hablan y sólo tiene una sobrina que le teme y a la que maltrata. Su cuerpo envuelto en enfermedades y dolores, rebozando de odio y soberbia. Al fin lo tiene al borde de la escalera y el asesino de su familia comienza a llorar, a humillarse, a implorar y muerto de miedo se orina en los pantalones. Para los que sólo han sabido odiar y matar, a veces es más castigo estar vivo que muerto, y Andrés se va.
Pero el viejo anarquista asturiano sigue sólo, y su hijo continúa inquiriendo y reclamando como suya esa historia. El pasado atormenta a Andrés, la nostalgia, el volver a ver aquellos lugares, el mar, la mina, la explosión y a su hermano. Es tan difícil volver después de setenta años. Sin embargo, aún queda alguien a quien teme enfrentar. Lucía y sólo ella podía animarlo. Quizás, en el fondo, ha vuelto para verla, quizás sólo hacía falta cumplir la vieja promesa con Henar para reconciliarse con los viejos dolores del pasado. Ella lo conoce tan bien como aquellos que ya no están. Frente a la tumba que lleva su verdadero nombre y en la cual yace su hermano, Andrés por fin decide contarle a su hijo “una historia”. Una historia de inmigrantes, de viejas utopías, de amores y desencuentros de padres e hijos, historias que atraviesan el mar, como ventana de esperanza cuando la propia tierra ha sido transformada en opresiones.
¿Cómo es posible mirar esta serie y no pensar en los intérpretes de los personajes principales? Ellos también debieron escapar de la muerte, y una vez más, fue la otra orilla, al otro lado de la inmensidad de los mares el lugar del exilio, de una migración forzada. Como José, Héctor Alterio debió quedarse definitivamente en España cuando, en 1975, su nombre apareció en las listas de futuras víctimas de la organización paraestatal de derecha Triple A. Allí, su hijo Ernesto (como en la ficción), nacido en Buenos Aires en 1970 creció, mientras la más tenebrosa de las noches asolaba el país natal bajo un plan de desaparición forzada de personas. La orilla española fue la playa donde llegaron los Alterio y, así como José, también Héctor y Ernesto regresaron a su país, eso sí, sin abandonar ya España. Como trasatlánticos son sus personajes, ambas vidas son trasatlánticas, vidas y talentos que van y vienen, que emocionan a sus espectadores, a través de la inmensidad del mar. Esa migración obligada, más bien exilio, cuando la propia patria se había vuelto una opresión no es algo querido, sino ambiguo, mezcla de dolor por el destierro y esperanza. Y esta es una historia que continúa hoy para recordarnos a todos los Andrés y Ernesto, para mostrarnos que una frontera, un desierto, un río, los océanos, pueden ser no un obstáculo sino el transitar majestuoso y peligroso de vientos o de aguas que arrancan del hambre, de la guerra, del terror y de la muerte, a vidas y amores, a padres y a hijos, refugiados en busca de un mundo un poco más bueno.
Título: Vientos de agua
Año: 2005
País: Argentina–España
Duración: 975 minutos.
Dirección: Juan José Campanella, Sebastián Pivotto, Bruno Stagnaro, Paula Hernández.
Guión: Juan José Campanella, Juan Pablo Domenech, Aida Bortnik, Aurea Martínez, Alejo Flah.
Música: Emilio Kauderer.
Fotografía: Félix Monti, Miguel Abal.
Reparto:Héctor Alterio, Ernesto Alterio, Eduardo Blanco, Pablo Rago, Giulia Michelini, Angie Cepeda, Silvia Abascal, Rubén Ochandiano, Claudia Fontán, Caterina Murino, Marta Etura, Valeria Bertuccelli, Iván Hermes, Bárbara Goenaga, Francesca Trentacarlini, Pilar Punzano, Carlos Kaspar, Carlos Álvarez-Novoa, Mariano Bertolini, Félix Cubero, Darío Valenzuela, El Gran Wyoming, Joan Dalmau, Manuela Pal, Susi Sánchez, José Luis López Vázquez, Carla Pantanali Sandrini, Gustavo Garzon, Mariano Argento.
Productoras: Coproducción Argentina-España; 100 Bares, Telecinco, Icónica, Pol-Ka Producciones. Emitida por: Telecinco.
Género:Serie de TV. Drama | Miniserie de TV. Inmigración. Años 30
Información extraída de https://www.filmaffinity.com/es/film921733.html