Fundación para la investigación y la difusión de la historia y la cultura españolas en la Argentina
Artículo realizado por María Fernanda López Goldaracena.
Corría el año 2022. El Clásico invitado surgió como proyecto dentro de nuestro grupo de trabajo a partir de una excusa que nos cautivaba: la de hablar de cine, de clásicos y de una historia no necesariamente ligada a lo hispánico, en principio, durante solo una de las salidas anuales de la Sección.
Asumimos el compromiso y el riesgo de la elección. Inmediatamente, la idea. ¿Cabía la posibilidad de otro film que no fuese “El Séptimo Sello” (1957)? Sí, por supuesto… aunque no, definitivamente. Porque es un clásico con todos los pergaminos imaginados, pero fundamentalmente por la vigencia de la temática no solo en el año de su filmación sino fundamentalmente en la actualidad y estimamos en nuestros futuros, próximos y lejanos.
Tanto se ha escrito y hablado sobre esta película que en algún punto tememos ser redundantes. Intentaremos provocar la reflexión y la rememoración; nos disculpamos de antemano por evocar el desasosiego, inevitablemente.
Escrita y dirigida por Ingmar Bergman, “Det Sjunde Inseglet” constituye la fotografía panorámica de un alma y una razón humana consciente de la finitud. En el film se dan cita los dilemas más profundos que nos aquejan a todos y cada uno de nosotros. La existencia o inexistencia de Dios, la enfermedad, el silencio y el vacío confluyen junto a los recursos y galimatías que permiten sostenernos, avanzar y vivir frente a lo inevitable: el fin de todos los fines, el de los que amamos y el propio, el fin no como finalidad sino como terminación. La perplejidad frente a la muerte se convertirá en la protagonista excluyente de la obra.
Bergman construye este collage de imágenes a partir de un guión impecable —devenido de una obra de teatro de su autoría— compuesto de palabras y silencios, con monólogos que se configuran como arquetipos o síntesis perfectas de las desazones humanas.
Entre los fantasmas más profundos del realizador sueco se encuentra el del silencio de un Dios constituido como espectador indolente de los dramas del hombre.
Bergman se sirve del medioevo para plasmar aquellos temores que, desde niño, venían creciendo en su interior mientras observaba junto a su padre, entre otras obras, las de Albertus Pictor —artista sueco del siglo XV — en la bóveda de la Iglesia de Täby, en Uppland. La muerte jugando al ajedrez, las pinturas de flagelantes y las danzas macabras, son imágenes que confluirán de una forma u otra en “El Séptimo Sello”.
En la actualidad del momento del film, año 1957, la posibilidad de una guerra nuclear estaba al acecho como fantasma que rondaba a la humanidad, sembrando nuevamente el miedo y la angustia, y que, frente a las recientes guerras mundiales, tornaba en sinsentido el apotegma de Cicerón. Un miedo y una angustia no tan diferentes a los que sintieron los hombres y mujeres medievales frente a la peste negra. Un miedo y una angustia no tan distintos a los que experimentamos los hombres y mujeres de hoy frente al Covid 19, la incertidumbre social y económica o los múltiples conflictos bélicos que mantienen en vilo al mundo en este 2023, guerra de Rusia-Ucrania incluida. La historia como magistra vitae parecería ser una cuestión pendiente.
Vamos a comenzar desarrollando una ajustada síntesis argumental para luego pasar al plano interpretativo y de análisis de los personajes.
Suecia: siglo XIV. El caballero Antonius Block (Max von Sydow) regresa a su pueblo y lo encuentra diezmado por la peste negra, luego de diez largos años de batallar en las Cruzadas; lo hace junto a Jöns (Gunnar Björnstrand) quien oficia de escudero. Palpable en el cadáver que ambos se topan al entrar a la comarca, la Muerte (Bengt Ekerot) aparecerá como personaje alegórico desde un principio y lo hace reclamando la vida de Antonius, quien logra aplazar el momento final retando a la Muerte a una partida de ajedrez.
Plena de astucia (porque se sabe finalmente ganadora), la Muerte suspende la partida por pedido de Antonius quien peregrina ahora por los caminos de su terruño en un regreso a modo de un siendo, con el objeto de poder encontrar ese “algo” que le otorgue sentido a su vida e interpelándose en forma constante sobre aquellas dudas existenciales que lo corroen y atormentan. El juego se desarrollará en el film al tiempo que se despliegan la angustia y el desasosiego.
En ese regreso en el que no logrará eludir su destino final —¿alguien puede?—, encontrará un puñado de personajes que dotarán de significado y trama a la historia.
Una muchacha (Maud Hansson) condenada por bruja debido a sus relaciones con el diablo, una familia de juglares integrada por Jof (Nils Poppe) y Mia (Bibi Andersson), Raval (Bertil Anderberg), otrora profesor de teología devenido en ladrón de los bienes que dejan los muertos en el camino, una mujer sin nombre (Gunnel Lindblom) rescatada por Jön de una violación cuyo destino será el de seguir al escudero sin más, el herrero (Åke Fridell) y su mujer (Inga Gill), Albertus Pictor (Gunnar Olsson), la esposa de Antonius, Karin (Inga Landgré), el monje (Anders Ek) y los flagelantes. Los colores de la paleta de la vida, plasmados a través del pincel de un gigante del cine.
Bergman da inicio al film con un pasaje bíblico extraído del Libro de las Revelaciones: «Cuando el Cordero abrió el séptimo sello se hizo en el cielo un silencio como de media hora, y vi siete ángeles que estaban en pie delante de Dios y les fueron dadas siete trompetas. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas».1
Así, en la secuencia de arranque, aparece una de las cuestiones centrales de la película: el silencio de Dios. Y de ese silencio atronador se desprenden las preguntas incesantes, el agobio por buscar y no encontrar un fundamento que dé sentido a la existencia. En un momento en el que las certezas y los grandes relatos emancipatorios comenzaban a resquebrajarse, “El séptimo sello” pone blanco sobre negro acerca de la ausencia de certidumbres metafísicas.
Las sensaciones de ahogo y pesadumbre son constantes y permanentes, y se verifican en todos los binomios en los que se articula la obra. Hemos podido detectar varias oposiciones, suerte de polarizaciones que operan como síntesis de la complejidad del devenir humano y facilitan el análisis. Enumeramos: los dos planos en los que se despliega la película, el real y el simbólico; el blanco y el negro de la estética del film, presentes también en el águila, los cielos, la Muerte, el tablero de ajedrez y las piezas; la risa y el llanto; lo sagrado y lo profano; lo espiritual y lo carnal; el amor puro de los juglares y su opuesto, el del herrero y su mujer; la luz y la oscuridad; la alegría y la tristeza; la soledad y la compañía; la vida y la muerte.
Esta dualidad se ve magníficamente representada, en primer lugar, por Antonius y Jöns. El cuestionamiento metafísico de Antonius choca con el comportamiento antagónico de su escudero, hombre de una honestidad brutal y práctica, escéptico, impertinente, alejado de toda aquella búsqueda de sentido que atormenta a su caballero. Si para Antonius esa búsqueda de certeza acerca de la existencia del más allá es el faro de todo su recorrido, para Jöns lo único válido es el aquí y ahora, clausurando todo mensaje de esperanza en una redención eterna.
El film se encuentra jalonado por tres instancias sublimes: la primera, las partidas de ajedrez y los encuentros entre Antonius y la Muerte en los que se destacan los parlamentos más profundos del largometraje. Poco o ningún sentido tiene el reseñar estos momentos, por su hondo calado y fuerza interpretativa.
Bastará con citar uno de los parlamentos centrales:
—… ¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con nuestros sentidos? ¿Por qué se nos esconde en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y milagros que no hemos visto? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismos, ¿cómo vamos a fiarnos de los creyentes? ¡Qué va a ser de nosotros los que queremos creer y no podemos! ¿Por qué no logro matar a Dios en mí? ¿Por qué sigue habitando en mi ser? ¿Por qué me acompaña humilde y sufrido a pesar de mis maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón? ¿Por qué sigue siendo una realidad que se burla de mí y de la cual no me puedo liberar? ¿Me oyes?
— Te oigo.
— Yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra demostrar. Quiero que Dios me tienda su mano, vuelva su rostro hacia mí y me hable.
— Él no habla.
La segunda instancia, la de los penitentes en procesión. Auto-flagelando su cuerpo, un grupo de penitentes recorren los caminos del pueblo junto a varios monjes: acarrean lo tradicional, incienso y cruz. El objetivo del cortejo es mitigar la ira divina y provocar la piedad de un Dios del que se espera detenga la peste enviada a consecuencia del pecado. La actitud postural de Antonius, el escudero y los juglares es una muestra de cordura frente a la irracionalidad y la superchería: observan absortos sin clavar sus rodillas en el suelo.
La tercera, el diálogo entre Antonius y la joven acusada de brujería; junto a los encuentros con la Muerte, constituye la expresión más aguda de desazón y vacío existencial del film. El caballero, hundido en la desesperanza, aspira a que la muchacha le revele su encuentro con el diablo: quiere saber si existe, porque si el demonio es, ergo, Dios también. La mirada de la joven, colmada de espanto y horror, lejos de disipar las dudas sobre la existencia divina profundiza una certidumbre inquietante: la de su inexistencia.
El film concluye con lo inevitable. El caballero pierde la partida y la Muerte cumple con lo prometido. Arrebata la vida de todos aquellos que están al lado de Antonius en el momento en el que toma la suya. La imagen final de los despojados por la Muerte es una magnífica recreación de las pinturas que durante el medioevo representaban las danzas macabras. Cuenta el cineasta sueco que ya había terminado el día de filmación; el preludio de una tormenta atrajo una nube en el horizonte, lo que hace que Bergman movilice un puñado de turistas y asistentes e improvise la escena a contraluz de la danza final, con la Muerte triunfante exhibiendo los símbolos arquetípicos de su victoria, el reloj de arena y la guadaña.
La idea de El Séptimo Sello me vino contemplando los motivos de pinturas medievales: los juglares, la peste, los flagelantes, la muerte que juega ajedrez, las hogueras para quemar a las brujas y las Cruzadas. Esta película no pretende ser una imagen realista de Suecia en la Edad Media. Es un intento de poesía moderna, que traduce las experiencias vitales de un hombre moderno en una forma que trata muy libremente los hechos medievales. En mi película el caballero regresa de las Cruzadas, como hoy un soldado regresa de la guerra. En el Medievo los hombres vivían en el temor de la peste. Hoy viven en el temor de la bomba atómica. El Séptimo Sello es una alegoría con un tema muy sencillo: el hombre, su eterna búsqueda de Dios y la muerte como única seguridad…2
Situado en la Edad Media sueca, el film se recuesta en una historicidad ligada a la modernidad; sin embargo, como todo clásico, su apuesta es universal y atemporal. Es por eso que, si bien resulta notoria la preocupación de Bergman por ser fiel al medioevo en términos históricos, el espectador avezado encontrará numerosas licencias fílmicas y varios anacronismos ligados a la época medieval sueca. Por ejemplo, la última cruzada a Tierra Santa se inicia mucho tiempo antes de la llegada de la peste negra; asimismo, la caza de brujas conforma, según la historiografía del período, un fenómeno esencialmente moderno para esos territorios. La muy propicia aparición de Albertus Pictor y su obra constituye una licencia fílmica, por la datación temporal del pintor y de la película en sí (siglos XV y XIV respectivamente). Observamos también la postura del escudero frente a lo sacro, que, si bien podría considerarse un “excepcional normal” en los términos que plantea Edoardo Grendi, no era ni lógica ni común según nos señala Jacques Le Goff en El hombre medieval:…, pocas épocas han tenido como el Medioevo cristiano occidental de los siglos XI-XV la convicción de la existencia universal y eterna de un modelo humano. En esta sociedad, dominada, impregnada hasta sus íntimas fibras por la religión cristiana, tal modelo, evidentemente, era definido por la religión y, en primer lugar, por la más alta expresión de la ciencia religiosa: la teología. Si había que excluir un tipo humano del panorama del hombre medieval era precisamente aquel de quien no cree de modo absoluto; el tipo que más tarde se llamará libertino, librepensador o ateo.3
Las referencias al pensamiento y a las figuras arquetípicas en la obra de Kierkegaard, Nietzsche, Sartre, Heidegger, Unamuno y Miguel de Cervantes Saavedra (ineludible el paralelismo con Don Quijote y su escudero Sancho Panza) constituyen algunos de los sustratos más importantes del film.¿Hay salvación en Bergman? ¿Existe en su mirada un atisbo de esperanza? La respuesta es afirmativa y la vamos a encontrar en el grupo de juglares quienes, por medio de una representación alegórica, tienen por nombres Jof y Mia. Junto a su hijo Mikael, constituyen la expresión de la sencillez y la pureza, de la salvación por medio de la comedia que deviene en risa, de la alegría y lo prístino que destilan esperanza. Pero por encima de todo, esta “Sagrada Familia” es la encarnadura del amor. La serena amistad que entablan Jof y Mia con Antonius se convierte en un remanso para el caballero, el cual intentará con éxito salvarlos de la muerte.
El amor encarnado en el aquí y ahora es la clave que da sentido a nuestras existencias, la respuesta a esa búsqueda infructuosa de fundamentos metafísicos. Un amor que no podrá torcer nuestro sino contradictorio, que es tabla salvífica y a su vez, como sentencia el escudero, “… lo más perfecto por su perfecta imperfección”.
Somos conocedores de la muerte, somos sabedores del límite, pero eso no nos priva del encuentro (y el desencuentro, qué va…)
amoroso y piadoso,
lacerante y terrible,
silencioso y ruidoso,
voraz y arrebatado,
pausado y sereno
… y tanto más,
con el otro y con nosotros mismos.
Título: El Séptimo Sello
Título original: Det sjunde inseglet
Año: 1957
País: Suecia
Duración: 92 minutos.
Dirección: Ingmar Bergman.
Guión: Ingmar Bergman.
Música: Erik Nordgren.
Fotografía: Gunnar Fischer.
Reparto: Gunnar Björnstrand, Bengt Ekerot, Nils Poppe, Max von Sydow, Bibi Andersson, Inga Gill, Maud Hansson, Inga Landgré, Gunnel Lindblom, Bertil Anderberg, Anders Ek, Åke Fridell, Gunnar Olsson, Erik Strandmark
Productoras: Svensk Filmindustri (SF)
Distribuidora: Manga Films
Género: Drama, Fantástico