El sabor amargo del destierro: análisis del film “Las uvas de la ira”

Artículo realizado por María Fernanda López Goldaracena

Introducción

En sintonía con la temática que atraviesa la sección durante todo el ciclo 2024, en “El Clásico invitado” de este año hemos convocado a aquel que ha descrito como pocos el proceso migratorio y los múltiples matices que lo atraviesan.

Un film que exhibe numerosas aristas para el análisis y que nos invita a pensar (nos) debido a su pavorosa vigencia en el presente. Tal vez sea por esta dolorosa actualidad que señalamos,  por su atemporalidad, por su admiración hacia John Ford, o por todas estas causas juntas,  que un director de la talla de Steven Spielberg haya manifestado en varias oportunidades el deseo de realizar una remake de este clásico de todos los tiempos.

Escena de "La Ira de las uvas"
Escena de "La Ira de las uvas"

Cine y literatura en busca de una historia

El cine nos cuenta historias, a modo de condensación de tiempos y espacios pasados, presentes y futuros, con registros múltiples que abarcan drama, comedia, ciencia ficción, utopías y distopías diversas. Todo un diálogo que parte de contextos e intereses, siempre. Y dentro de esas dimensiones espaciales, temporales y contextuales sobreviene el despliegue de la obra cinematográfica.

Tenemos un tiempo: los años 30. Numerosos son los acontecimientos que, en torno a esta década, provocan el estallido de las vidas de millones de seres alrededor del mundo y que lentamente resquebrajan las creencias e ideologías que nutrían las esperanzas de progreso indefinido. Parafraseando el título de los hermanos Coen, la sociedad occidental se transforma en un sitio sin lugar para los débiles, conformado un sistema en el cual encontrar refugio comienza a parecer una quimera. 

Tenemos un espacio: los Estados Unidos. En él, las consecuencias económicas de la Primera Guerra Mundial, el crack del 29, y el fenómeno de las tormentas de viento y polvo que azota durante seis años los cultivos en regiones como Oklahoma y Texas (fenómeno conocido como Dust Bowl),  socavan los cimientos sobre los que Estados Unidos había construido el mito del “gran sueño americano”. 

Tenemos una novela: la del Nobel norteamericano John Steinbeck, The Grapes of Wrath publicada en 1939,  distinguida con el Premio Pulitzer, y traducida al castellano como Las uvas de la iraViñas de ira y Las viñas de la ira1.

Y tenemos una película, la dirigida en 1940 por el legendario John Ford, que recrea el periplo de miles de hombres, mujeres, niñas y niños, encarnados en la familia Joad.

Los Joad son pequeños productores agrícolas que atraviesan por toda clase de vicisitudes,  padeciendo las consecuencias de un sistema descarnado, no inclusivo y en extremo perverso.

El hijo de la familia, el joven Tom –interpretado por un extraordinario Henry Fonda– ha salido de la cárcel bajo libertad condicional por matar en legítima defensa.  Su encuentro con el anteriormente predicador Jim Casy,  protagonizado por el inolvidable John Carradine, y  el paso por la casa de su infancia que cobija tan sólo la presencia espectral de Muley (John Qualen), van acelerando las decisiones. Muley lo pone sobre aviso: la familia Joad ha partido hace dos semanas a casa del tío John (Frank Darien) porque han sido desahuciados.

Las secuencias y parlamentos que ilustran este momento del film, no tienen desperdicio y llegan de la mano del desahucio de los Muley de sus tierras.

«–Me mandaron a deciros que estáis desahuciados.
–Quiere decir que me echa de mi tierra.
–No hay porque enfadarse conmigo, yo no tengo la culpa.
–Pues entonces ¿quién la tiene?
–Ya sabes que la dueña de la tierra es la compañía Sonvilland.
–¿Y quién es la compañía Sonvilland?
–No es nadie, es una compañía.
–Pero tiene un presidente. Tendrán alguien que sepa para que sirve un rifle, ¿verdad?
–Pero hijo, ellos no tienen la culpa, el banco les dice lo que tienen que hacer.
–Muy bien, ¿dónde está el banco?
–En Tulsa, pero no vas a resolver nada allí, sólo está el apoderado. Y el pobre sólo trata de cumplir las órdenes de Nueva York.
–Entonces, ¿a quién matamos?»

La amenaza de Muley, de disparar a quien conduce el tractor, se da de bruces con el sentido común que opone el conductor: lo único que va a lograr es ser ahorcado; luego volverá un nuevo tractor con un nuevo conductor y finalizará “la tarea”. La resignación gana la partida.

Muley y los Joad reciben una orden: la de abandonar sus hogares. Los expulsan del terruño en el que habían vivido y trabajado como arrendatarios desde hacía cincuenta y setenta años respectivamente. Los desahuciados verán escurrirse, como agua entre los dedos, el sistema de aparcería que los ligaba a sus tierras. Llega el progreso bajo el ropaje de la maquinaria aplicada al campo. Y llega también el régimen de concentración de la propiedad, las cosechas perdidas por las tormentas de arena, la crisis  y el capitalismo voraz escudado tras un anonimato siniestro, corporizado en  bancos y compañías con nombres pero sin hombres. El desmoronamiento no es solo físico sino también espiritual, con los tractores derribando granjas y vidas.

Tom y Jim arriban a casa de John Joad, él y los suyos también preparados para el destierro. Y Tom se ve en una encrucijada. Si se va del estado de California deviene la violación de la libertad condicional; si se queda, él y toda su familia morirán de hambre. Las cartas están echadas: correrá los riesgos de los que no tienen absolutamente nada que perder.

Así, los Joad se convierten en el paradigma de la carencia y su ser migrante en sinónimo de exilio. Toman la mítica ruta 66. The Main Street of America2, construida en el año 1926 y que en sus inicios cruzaba los Estados Unidos desde Chicago a través Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California hasta finalizar en Los Ángeles, se configurará como el camino hacia la tierra prometida.

Realizando un paralelismo con las grandes utopías y mitos del Renacimiento, la soleada California será percibida como “El Dorado” para miles de familias que, como los Joad, van en busca de un futuro mejor. Los espera la cosecha de la fruta que crece en el vergel californiano: los miles de migrantes, esos braceros cuyas manos habrán de recibir los frutos de las vides, los ciruelos, los manzanos o el algodón, encuentran en el nomadismo el recurso para no morir de hambre, pululando de cosecha en cosecha, de campo en campo, de expectativa en replicada decepción.

El espectador advierte, en cada minuto que transcurre del film, el  desvanecimiento de la ilusión. A medida que avanzan por el camino, la quimera de encontrar un trabajo que les permita comer al menos una vez al día se va esfumando para develar el verdadero escenario. Exceso de mano de obra y consecuentes salarios a la baja, jornadas extenuantes, rechazo social por cargar con el mote de “okies3 –con todo el peso negativo que esto conlleva– y condiciones infrahumanas, son la realidad contra la que se golpean en cada sitio al que arriban.

Pero, ¿hay alguna esperanza? Parecería ser que sí, y es la plasmada en el New Deal, visualizada a través de campamentos de acogida limpios, con agua corriente, inodoros y lavabos, con programas de ayuda para los inmigrantes, pero de alcance limitado para la cantidad de expulsados en busca de un lugar para poder sobrevivir. El film destaca abiertamente la política de Franklin D. Roosevelt, en tanto asume el desempleo como problema a enfrentar y combatir.

La sindicalización como respuesta a la explotación a la que los trabajadores son sometidos y las resistencias que ella genera, devienen en el asesinato de Casy y la venganza posterior de Tom quien da muerte al agresor, lo que provoca que recaiga sobre nuestro protagonista una doble pena: al hecho de violar la libertad condicional por haber salido fuera del estado de California se le suma este nuevo crimen. Salvar a la familia va a suponer su huida y una nueva y dolorosa sangría hacia el interior del núcleo familiar.

La trama y el drama

El film podría considerarse como el colofón de un proceso que se inicia mucho antes de la publicación del libro de Steinbeck y que como bien lo señala Rebeca Romero Escrivá–,  abarca la apuesta fotográfica por parte de la FSA (Farm Security Administration) del hambre y la miseria, la circulación de las imágenes a través de las revistas en boga como Look, Life y Fortune, la contratación de Steinbeck, primero por San Francisco News en 1936, y luego por Life en 1937 para documentar el drama de la sequía y  la situación en los campos californianos de migrantes. The harvest gypsies4 se erigirá en la antesala de Las uvas de la ira,  toda una serie de siete artículos publicados en octubre de 1936 por el San Francisco News  orientados a retratar a los miles de migrantes que Steinbeck se cruza en su recorrido. El camino culmina, como lo anticipamos, con la publicación de Las uvas de la ira en 1939 y el estreno del film en 19405.

John Ford ganador del Oscar a la mejor dirección por esta película y aclamado mundialmente por sus westerns , dirige en sintonía con dicho género esta suerte de road movie, con sus héroes camino hacia el Oeste en busca de la “tierra que mana leche y miel”. No habrá diligencia ni a ella se subirán Dallas y Ringo, pero sí habrá un Hudson super-six con el techo recortado, un carromato desvencijado que la emula: en él logran amontonar, a fuerza de empujar y apretujar, objetos y personas. Y en ese micro mundo de atmósfera asfixiante se desarrollará gran parte de la trama y el drama6.

De la misma manera que en varios de sus aclamados films, personajes variopintos van nutriendo la trama. Variopintos en aspecto, ciertamente, pero también en reacciones y en empatía o no por el más débil. Pasado un tiempo,  Ford  manifiesta que lo que él buscaba era mostrar la historia de una familia y sus penurias, y no la cuestión social que da sustento no solo al film sino también a la obra de Steinbeck. Esto es simplemente un dato: frente a una representación en extremo verosímil, el despliegue de significados puede trocar la intención primera de un director y convertirse en todo un refugio para el pensamiento y el sentimiento de millones de espectadores, como de hecho sucedió con esta película7.

Gregg Toland, el director de fotografía,  traduce la desazón e incertidumbre que debían colorear el drama a través de sombríos claroscuros, lo que amplifica la desdicha de todo el conjunto social entregado a la desventura. Toland compensa, de esta manera, la dureza que el guion y la adaptación pretendieron suavizar del libro de Steinbeck: son conocidos los recursos de la falta de filtros en la cámara, la no utilización de maquillaje, la mirada frontal en clave de documental, los horarios delimitados para la filmación con el fin de aportar más dramatismo, el travelling subjetivo y plano secuencia de la entrada al primer campamento, el expresionismo durísimo recreando las sombras espectrales flameantes de rabia, hambre y muerte8.

Sobresalen escenas de una belleza inconmensurable y de dolor, con planos cuidados para la naturaleza, objetos y personas. Cada uno de los integrantes de la familia Joad se constituye en arquetipos de la penuria y la miseria. Y si la muerte y el abandono han sido los protagonistas implícitos de la trama, los que llevan el sufrimiento a cuestas lo hacen creíble y vívido.

Destacamos del conjunto a dos de ellos. En primer lugar, al Henry Fonda de rostro marcado por la pesadumbre y la ira, al Tom Joad que es lucha, venganza y  desasosiego, al protagónico presente durante todo un film que arrastra la paradoja de saberse efímera presencia. Y, en segundo término, a la madre que pone toda su fortaleza, dignidad y optimismo por mantener unida a su familia a pesar de las pérdidas humanas y materiales, con el único objetivo de ir adelante, siempre adelante. La oscarizada Jane Darwell es la inolvidable Ma Joad, a la que disfrutamos en esos diálogos justos, justísimos, mantenidos con un hijo al que sabe que pronto dejará de ver; a la que acompañamos (durante el único momento de felicidad de la cinta, por cierto)  bailando sonriente en los brazos de su Tom; a la que sentimos palpitar en aquel abrazo fugaz pero profundo de la despedida.

El final del film, a diferencia del cierre desgarrador de libro, detenta cierta dosis lúgubre de esperanza, de una profunda nostalgia frente a la certeza de que ese ansiado Dorado será un horizonte difícil (¿imposible?) de alcanzar. Una película indispensable para detenerse a pensar, observar y reflexionar, hoy, ochenta y cuatro años después.

Escena de "La Ira de las uvas"
Escena de "La Ira de las uvas"

Notas:

1 Steinbeck, John.  Las uvas de la ira. Madrid: Alianza, 2019.

2 La Calle Principal de Estados Unidos.

3 Ha sido definido históricamente como «Okie» al trabajador agricultor migrante, proveniente de Oklahoma.  El término se volvió despectivo durante los años 1930 cuando se produjo la migración masiva hacia el Oeste de los Estados Unidos.

4 Versión en español. Steinbeck, JohnLos vagabundos de la cosecha. Barcelona: Libros del Asteroide, 2007. 

5 Romero Escrivá, Rebeca. “Migraciones: Las uvas de la ira y los objetivos de la Farm Security Administration”, en L’Atalante,  Revista de estudios cinematográficos, Nº 12, 2011, págs. 31 y 33.

6 “In his desire not to be typed ‘a Western director’ (…), Ford has been versatile through his career, and many of his fines pictures are far removed from that genre: They Were Expendable, The Quiet Man, The Long Gray Line, The Wings of Eagles, The Last Hurrah. Yet he has made more of them tan anything else, and his personality is most clearly reflected in his westerns (…)”. [Dado su deseo de que no se lo clasifique como director de películas del Oeste (…), Ford ha sido muy versátil a lo largo de su carrera, y muchas de sus mejores películas están muy lejos de dicho género: No eran imprescindibles / Fuimos los sacrificados, El hombre tranquilo, Cuna de héroes, Escrito bajo el sol, El último hurra. De todas formas, de las que más ha hecho, y en donde más claramente su personalidad se ve reflejada es en las películas del Oeste (…)] Bogdanovich, Peter. John Ford. Revised and Enlarged Edition. Berkeley: University of California Press, 1978, pág, 34.

7 Ibidem, pág. 76..

8 Romero Escrivá, Rebeca, pág. 35.

Ficha técnica

Afiche de The Grapes of Wrath
Afiche de The Grapes of Wrath

Título original: The Grapes of Wrath

Año: 1940

País: Estados Unidos

Duración: 129 minutos.

Dirección: John Ford.

Guión: Nunnally Johnson (basada en la novela de  John Steinbeck).

Música: Alfred Newman.

Fotografía: Gregg Toland (B&W).

Reparto: Henry Fonda, Jane Darwell, John Carradine, Charley Grapewin, Dorris Bowdon, Russell Simpson, John Qualen, O.Z. Whitehead, Eddie Quillan.

Productor: Darryl F. Zanuck.

Productora: 20th Century Fox.

Género: Drama | Pobreza. Gran Depresión. Vida rural (Norteamérica). Drama social. Road Movie.


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