Fundación para la investigación y la difusión de la historia y la cultura españolas en la Argentina
Artículo realizado por Rosa Elena Figueroa y Aldana Belén Sgandurra.
Mucho se conoce de las grandes masas migratorias de fines del siglo XIX y principios de siglo XX que partieron de España a América Latina, o en tiempos de la Guerra Civil española. A su vez, hoy podemos acercarnos con mayor profundidad a la inmigración del África subsahariana a Europa. Distintas coyunturas han sido las causantes de que gran número de personas tomasen la difícil decisión de dejar su patria para buscar en otros sitios una nueva vida.
En este año 2024, dimos inicio a un ciclo de reseñas bajo un hilo conductor que nos acompañó en cada entrega, la migración. Desde “Vientos de Agua” hasta “Adú”, hemos sobrevolado por generaciones marcadas por crisis, guerras, hambrunas o sueños que empujaron a cruzar el Atlántico o el Mediterráneo. En esta última entrega de la sección ¡Una Historia de película! les compartimos la reseña del film español “Un franco, 14 pesetas”. Nos adentraremos en la historia de dos amigos que migran dentro del continente europeo cuando aún no existía la Unión Europea como la conocemos hoy en día, cuando la globalización no había interconectado a tal punto al mundo como para crear una moneda única en el mercado común, cuando un franco suizo eran 14 pesetas.
Dirigido por Carlos Iglesias y delicadamente ambientado en 1960, el film está basado en hechos reales e inspirado en la infancia del director transcurrida en Suiza. Comienza en la Madrid de una época de crisis, donde nuestro protagonista Martín (Carlos Iglesias), obrero calificado de fresado mecánico, pierde su empleo en medio del ajuste económico. En un contexto en el que el desarrollo tecnológico era cada vez más fuerte e imponente, las nuevas maquinarias llegaron a ocupar el lugar de varios obreros optimizando uno de los eslabones más valiosos del sistema capitalista, el tiempo. La película no indaga demasiado en los detalles de dicho contexto; de todas formas, y en ese sentido, haremos un poco de historia.
La España posterior a 1939 ha quedado marcada por la destrucción de la Guerra Civil. Los años de posguerra significaron el aislamiento del franquismo sobreviviente por su alianza con las potencias del Eje: no habrá Plan Marshall para el régimen franquista. Es el tiempo del hambre, la pobreza, del acuerdo con Argentina como la gran productora de alimentos y de una economía autárquica basada en un programa de re-colonización de la tierra que buscará el progreso en las formas de explotación de la misma1.
Para 1959 se inician los Planes de Desarrollo, generando un ciclo de crecimiento económico que perdurará hasta 19742, momento en el que comienzan a impactar los efectos de la crisis del petróleo en España. Durante el período posterior a la Guerra Civil y luego de 1960, la emigración española fue una constante que, incluso, dio origen a la creación de un instituto específico y que contribuyó con sus remesas a la economía del país morigerando la situación de desempleo3.
A partir de 1960, el principal destino elegido dejó de ser América para ser reemplazado por Europa central, en particular Alemania Federal, Francia y Suiza. En 1960 se registran alrededor de 60.000 emigrantes continentales permanentes (con una estancia de más de un año) y temporales (con una permanencia de entre tres meses y un año)4.
Retomaremos aquí a los personajes de nuestro film. Martín trabaja en la fábrica Pegaso, es un obrero industrial, personal calificado, pero le sucede lo que le está aconteciendo a muchos. Es el momento del inicio de las reformas y de la transición a la liberalización económica, es justamente cuando se producen los despidos. Nuestro protagonista está casado con Pilar (Nieves de Medina) con quien tiene un hijo pequeño de cinco años, Pablo (Iván Martín) y vive en casa de sus padres, pero en el sótano donde duermen los tres. La noticia del despido angustia muchísimo y de un modo muy particular Pilar, pues ha invertido, a escondidas de su marido, todos los ahorros en un piso que se encontraba en construcción. Cuando Martín se entera, no podrá persistir en su enojo bajo el peso del reproche de vivir en aquel sótano.
Un día el amigo de Martín, Marcos (Javier Gutiérrez), toma la iniciativa y ante el temor de ser despedido, adelanta su renuncia y decide emigrar a Suiza. La propuesta a Martín de seguirlo en ese camino no deja de tener visos de aventura pero no podía ser más oportuna. Marcos no improvisa, hace tiempo ha venido averiguando, planificando y previendo cómo entrar a aquel país sin tener una oferta concreta de trabajo. Su proyecto no era una originalidad: España había sido desde hacía décadas un país de emigrantes, siendo que muchos de ellos ya habían marchado a otros países europeos. Sin embargo, no deja de tener ese lado incómodo de toda emigración, cambiar sus vidas implica hacerlo en otro sitio, fuera de la propia tierra. Una tierra donde parecen cerrarse las posibilidades de ascenso social o, incluso, de mantener la vida sencilla que hasta entonces tenían. Y así en medio de la cena, la noticia que trae Martín y que inquieta a los padres, no parece sino entusiasmar a Pilar. Un año, un tiempo para sacar algún progreso no vendría nada mal.
La estación del tren y las despedidas, los padres, la novia, la esposa, el hijo, en fin, todo aquello tan querido que siempre deja atrás el emigrante. Y los consejos y las promesas, el agridulce momento de la partida y de las expectativas. Ambos amigos inician el viaje en tren que dejará atrás una España de calles viejas pintada en escalas de grises, para despertar en medio del verde brillante de los Alpes, de sus valles, de sus árboles y de esas majestuosas montañas de cimas nevadas. Habrá que pasar, eso sí, Migraciones, mostrar el dinero en efectivo para que sea creíble la condición de turistas con la cual llegan a fin de evitar la deportación. Los contrastes se notan desde el instante en que los hombres inician el viaje en el tren que los llevará al poblado que será su destino: el idioma; la pareja de amantes que se besa apasionadamente; la anciana que levanta del suelo el papel (que envolvía el refrigerio) que ambos acaban de desechar en el piso; el pueblo al que llegan de casas con techos a dos aguas y calles limpias, tan típicos de las postales de los valles alpinos de Suiza. Este lugar es el reflejo de la “dorada edad del capitalismo” llamada así por el historiador Eric Hobsbawm, un país de prosperidad y lleno de oportunidades.
Martín y Marcos no han conocido más allá de aquella España otrora ensangrentada, ahora herida y autárquica, ensimismada en sus tradiciones bajo el franquismo. Se miran, se sonríen, es tan distinto todo y les agrada. En el pueblo encuentran a un hombre que, sin comprenderlos ni ser comprendido, los lleva a un hospedaje. Allí sale Hanna (Isabel Blanco) a recibirlos, una joven rubia, agradable y tan bella que no pueden más que quedar encantados. Siguen sin entender su idioma, así que Hanna improvisa algo de italiano y logran acordar en lo mínimo. El hotel, la amabilidad, la habitación, el paisaje a través de la ventana, todo es tan hermoso que pronto los amigos pierden el interés por aquello que los había llevado hasta allí. En los primeros días, pasean, miran las montañas, visitan para su sorpresa una playa nudista y sólo tienen la precaución de tomar café sin probar bocado. Temen que sea demasiado costoso el desayuno completo que les sirven por las mañanas. Pero no pasan muchos de estos amaneceres placenteros que pronto Erika (Isabelle Stoffel), la mesera, les lleva a un hombre de impresión poco afable. Se trata de Alberto (Iñaki Guevara), un catalán que los inquiere con aspereza y en perfecto castellano. Por primera vez desde el arribo alguien no habla sólo en alemán, alguien resulta comprensible, rudo pero claro. Los ha venido a buscar porque sabe que son unos de los tantos españoles que están llegando en procura de trabajo en las fábricas de Suiza.
Allí comenzará una época de bonanza y algo de nostalgia, de buen empleo y una paga a la cual no estaban acostumbrados; el tiempo de las cartas a la familia, las remesas, y una cercanía de los dos hombres con las dos mujeres de la posada. Marcos no está casado, pero ha dejado en Madrid a su prometida Mari Carmen (Ángela del Salto). Sin embargo, Erika lo cautiva como Hanna a Martín. La historia aquí no es muy distinta de otras que hemos abordado sobre migraciones y migrantes: el alejamiento de los seres queridos, la soledad, la melancolía y los nuevos amores. De a poco, el olvido irá asomando en los corazones, y aflora la desesperación en los que se han quedado, que sienten o presienten la pérdida del ser amado. Así, al año de la partida, y después de haber comprobado que fue estafada en la compra del piso y de haber perdido más ahorros, Pilar se lanza con su hijo, sorpresivamente, en búsqueda de su marido.
La llegada al pueblo alpino en una resplandeciente mañana contrasta con lo inoportuno del momento. Un Marcos ebrio y fustigado, luego de una noche al aire libre con Erika, la recibe sin poder ocultar el asombro y el pánico. ¿Cómo encubrir a su amigo? Imposible. Pilar se da cuenta del entuerto, entra a la habitación de Martín y sólo el azar lo salva de haber sido hallado con Hanna. Será su reacción la que lo delate, la expresión de contrariedad en su rostro y otra vez ese maridaje de estupor y espanto. La puerta se abre y una sonriente Hanna entra con el desayuno en medio de una tensión que atraviesa a los personajes y se transmite al espectador que aguarda el estallido. Sin embargo, la escena se resuelve con disimulos mal disimulados, con miradas cruzadas y con una Hanna que se retira para llorar a solas. Mal oculta la culpa el abrazo sincero pero improvisado al hijo. La esposa retoma pronto su papel de esposa. Es que Pilar es una mujer resuelta, su sueño ha sido siempre el de un hogar propio y una vida mejor, no volverá al sótano de sus suegros, no dejará al hombre que ama. Martín, en cambio, es tranquilo, no sabe ocultar imposturas tan grandes, prefiere el silencio y dejar pasar las cosas.
La mujer no sólo se ha dado cuenta de la situación, está cautivada por la belleza de Suiza y no quiere marcharse. Son todas razones para recuperar el lugar amenazado en el corazón de Martín y convertirse ella también en una emigrante. Lo primero es alejarse del hotel y de Hanna, lo siguiente es buscar un trabajo para generar otro ingreso junto al de Martín. Encontrará un apartamento que pueden costear y por fin cumplir su sueño: tener su casa propia, sus espacios y a su familia en ella. El film nos muestra, a través de escenas que toman un ritmo alegre y colorido, cómo la vida de aquellos inmigrantes españoles efectivamente empieza a cambiar y a mejorar: el niño tiene su cuarto propio y comienza la escuela, Martín puede comprar un televisor y tener una bonita casa. A todo esto en aquel tiempo ha llegado Mari Carmen a Suiza para casarse con su prometido Marcos, y atrás quedará el dolor de Erika.
Con Pablo sentado en su pupitre el tiempo pasa, transcurren cinco años. Todo parece andar bien, pero surgen momentos de la recurrente nostalgia de la que siempre encontramos en las crónicas de inmigrantes. Un día la llamada de su hermana Luisa (Eloísa Vargas) avisa a Martín que su padre está muriendo. Llegará demasiado tarde.
Este regreso compulsivo has trastocado los sentimientos y las emociones. Quizás sea la hora del regreso, quizás sea ya suficiente el tiempo lejos.
Antes de partir, Martín, acompañado de un Pablo (Tim Frederic Quast) ya más grande, va a despedirse de Hanna a quien no ha visto en tantos años. Ella tiene su vida, su esposo que trabaja la tierra, sus hijos que llegan justo para interrumpir el último beso, frustrado instante final de aquellos viejos amantes. Entonces descubre lo impensado cuando tras el hijo de la mujer llega una niña de cabellos castaños que parte rauda a corretear por el valle. La mira inquieto, escucha las palabras de Hanna y la observa. No fue sólo una noche. El film deja una puerta abierta. Es hora de irse para Martín y su hijo, y allí quedará parte de él.
La imagen del pueblo en medio de los Alpes dará paso a la urbanización madrileña en los ojos de un Pablo que observa con el ceño fruncido. No ha sido esa su decisión. El encuentro con la familia y los viejos conocidos tampoco es del todo halagador; las costumbres, la vida, la lejanía fueron haciendo huella entre los protagonistas. Con los ahorros que lograron hacer en Suiza, la familia ha comprado un piso que les ha conseguido Luisa. La casa nueva es propia y espaciosa, pero para amargura del muchacho, y también del padre aunque lo exprese menos, la vista no es la cima nevada bajo un sol radiante sino un contra frente gris con ropas tendidas. Un hombre que ha venido a arreglar una cañería les dice que nada es mejor que España, que afuera seguramente los han discriminado porque así se lo han contado otros. Pero esas palabras son absolutamente ajenas para ellos. A diferencia de otras historias de migrantes que hemos trabajado a lo largo del ciclo, la experiencia en el extranjero que muestra nuestro film, no ha resultado dura. Han sido alojados con generosidad y gentileza, no han sido discriminados ni perseguidos por autoridades de Migraciones, el buen trato y la empatía han compensado bastante bien la única nostalgia que parece inevitable, la de los seres queridos. Nada aparece en estos personajes de los claroscuros del lugar elegido para su destino sino todo lo contrario. Sabrán aquellos tantos que también fueron protagonistas reales de estas historias de migrantes continentales si sus experiencias fueron ciertamente así, o si se acercaron más a las consabidas de sentirse extraños, tan extraños y solos como en un desierto.
En España es otro volver a empezar, su experiencia antes que calificar, espanta porque para la modernización económica Martín es un viejo. No quiere pero claudica su orgullo y se resigna a rendir un examen de ingreso en su antigua fábrica, que ni siquiera le garantiza el empleo. Hasta regresa al taller de un viejo conocido para pedir trabajo y reencuentra a su maestro Saturnino (Francisco Merino). Las cosas han cambiado, la modernización económica ha dejado atrás a muchos, el lugar sólo es operado por unos pocos y ancianos obreros que sobreviven bajo las órdenes de Anselmo (Juan Jesús Valverde), el tiranillo dueño del lugar. Cuando éste haga su entrada en escena dispuesto a dar la humillante estocada a su otrora empleado, Saturnino, que ya había prevenido a Martín, interrumpe con una pertinente mentira. La buena presencia del protagonista y unas palabras improvisadas complementan bien para convencer a Anselmo de que se trata sólo de una visita. Y así se va nuestro protagonista, incólume, ileso ante las soberbias de antaño, pero sin trabajo.
En la casa de Martín y Pilar las cosas no parecen andar mucho mejor. El niño se queja de que en la escuela lo golpean los curas y la madre se asombra. ¡No! No estaban acostumbrados a eso. El padre le insiste en que estudie, el colegio ya no es gratis y, además, es bastante costoso. En el fondo, no querían este regreso. Pilar se da cuenta y dispone hablarlo y es entonces cuando padre e hijo pronuncian su deseo de volver a Suiza. Aquí nuevamente aparece algo distinto a otras historias que hemos narrado: el sentirse extraño en la propia tierra, el ser mal recibidos donde debieran ser bienvenidos. El contraste ya no es entre el extranjero hostil pero próspero y la patria cálida pero empobrecida o inhabitable, sino entre un exterior cargado de afectos y acogida, de prosperidad y amabilidad, y una tierra propia pero refractaria, donde tal vez puedan tener una mejor posición económica que antes de la partida, pero donde faltan los aires nuevos que no pueden perforar la inercia anacrónica de las tradiciones y la intolerancia de las viejas costumbres. ¿Acaso no hay nada bueno en la tierra nativa? ¿Acaso quedan sólo esos que nunca cambian, los seres queridos? ¿Acaso toda la negatividad está en el polo propio y todo lo positivo en el afuera? Para el padre y el hijo parece ser efectivamente cierta la pregunta retórica. Para Pilar no, para ella nadie los echará de su propia patria, ni los curas que golpean. Mujer de decisión, con fuerza y determinación, los acusa de cobardes por querer escapar de aquella realidad. A su hijo le dice que no se avergüence de su abuelo sin pierna, y su esposo acepta las cosas como serán. Resuelta la decisión, saldrán a comer y a pasear por las calles de la Madrid que reencuentran. Mientras Pilar se va a vestir, Martín mira por la ventana que da al contra frente de sus vecinos. Pensativo observa, acaso recuerde los Alpes, acaso sienta que España es su lugar. No se sabrá, quedará para otra historia. Y es que nuestro film tiene, además, una segunda parte, “Dos francos 40 pesetas”, que cuenta el regreso de la familia a Suiza a partir de la iniciativa de Pablo en 1974. Sin embargo, quedará como dijimos, para otra historia, otra historia de película.
Hemos llegado al final de este hilo conductor que fue la migración como tema, y que nos ha permitido entretejer este paño de matices y colores con el que hemos querido cubrir continentes, países, territorios, pueblos, culturas, historia y personas. En ese paño, “Un franco, 14 pesetas” nos brindó una trama que combina drama y comedia con suaves pinceladas de lo simple de la vida y de lo importante del lugar que sentimos nuestro. El film rinde homenaje a los migrantes de todos los tiempos, de todas partes, como expresa al final en sus títulos cuando se despide con la frase “Dedicado a ellos, a todos ellos”. Se desliza entonces una cinta de fotografías reales de migrantes del lejano Oriente, del África subsahariana, de latinoamericanos, de europeos; en blanco y negro y en colores; de hace cien años, de épocas más cercanas, de ahora; de los puertos de los que parten, de las estaciones de tren; de sus equipajes antiguos y nuevos; de las calles por las que caminan… Nos deja distintas historias de migrantes tan lejanas como cercanas, tan viejas como nuevas, y en ellas sus periplos, sus sueños, tan simples e inmensos. No llegan con ansias de expansión ni armas de conquista, llegan con sus ropas y sus maletas cargadas de esperanzas y temores, y a veces ni con eso. El film nos da otra mirada de una migración distinta, matiza experiencias y nos enseña de historia, nos recuerda que somos una especie de migrantes que sigue viajando y buscando su lugar en un mundo fragmentado y cambiante, tan amable a veces como enemigo otras tantas. Nos invita a la empatía, a no olvidar y a recordar que todos procedemos, al fin y al cabo, de migrantes que partieron alguna vez hace miles de años de un viejo continente donde todo comenzó.
1 Fuente: Instituto Nacional de Estadística. https://ine.es/expo_anuarios/1945-1975.html ↑
2 Fuente: Instituto Nacional de Estadística. https://ine.es/expo_anuarios/1945-1975.html ↑
3 Fuente: Instituto Nacional de Estadística. https://ine.es/expo_anuarios/1945-1975.html ↑
4 Fuente: Instituto Nacional de Estadística. https://ine.es/expo_anuarios/1945-1975.html ↑
Título: Un franco, 14 pesetas
Año: 2006
País: España
Duración: 105 minutos.
Dirección: Carlos Iglesias.
Guión: Carlos Iglesias.
Música: Mario de Benito.
Fotografía: Tote Trenas.
Reparto: Carlos Iglesias; Javier Gutiérrez; Nieve de Medina; Isabel Blanco; Iván Martín; Tim Frederick; Eloisa Vargas; Aldo Sebastianelli; Ángela del Salto; Isabelle Stoffel.
Productoras: Adivina Producciones.
Género:Drama. Comedia | Comedia dramática. Inmigración. Basado en hechos reales. Años 60
Información extraída de https://www.filmaffinity.com/ar/film271209.html