

Fundación para la investigación y la difusión de la historia y la cultura españolas en la Argentina
Artículo realizado por Rosa Elena Figueroa.
Una ciudad devastada por la guerra y una canción: “No tenemos municiones, ni tanques, ni cañones…”. Luchan. ¿Contra quiénes? “…contra los moros, legionarios y fascistas”. “¡Viva la XV Brigada! Que se ha cubierto de gloria…”, mientras combatientes republicanos, en las calles destruidas, esperan en barricadas improvisadas a sus enemigos y patrullan sobre el lomo de un burro ante un camión en desuso donado, según reza la leyenda en él estampada, “por el pueblo catalán al frente de Aragón”. Paredes cubiertas de afiches políticos y bélicos y una voz que anuncia un espectáculo artístico: “Carmela y Paulino varieté a lo fino”, actuarán por primera vez para este frente republicano. Pero quién destaca es ella: Carmela.
¡Ay, Carmela! es un film de 1990 del gran director Carlos Saura. Ambientada en el frente de Aragón en 1938, durante la Guerra Civil Española en el momento de la avanzada de los nacionales sobre los republicanos. El tema musical coloca al espectador en el contexto: aquel año de la más larga batalla, la del Ebro. Menciona el frente de Gandesa y la legendaria resistencia de las Brigadas Internacionales, la recordada XV Brigada que logró rescatar vidas y seguir combatiendo pese a la presión de los enemigos, mejor equipados y en superioridad de condiciones. La trama narra la desventura de una compañía artística integrada por Carmela (Carmen Maura) y Paulino (Andrés Pajares) como figuras principales y con la participación de un joven que ha perdido el habla pero no la audición, llamado Gustavete (Gabino Diego). Esta versión cinematográfica es una adaptación inspirada en la premiada obra de teatro de José Sanchis Sinisterra del año 1986. La historia de estos actores que viajan por la “zona roja”, controlada por el bando republicano presentando sus variedades entre los combatientes: Carmela bailarina y cantante, Paulino gran actor y recitador, y Gustavete que toca la guitarra y acompaña con su interpretación del león. La película juega magistralmente con distintos géneros, el drama, la comedia, la sátira y el musical para hablar de la tragedia de la guerra, el miedo permanente a morir en cualquier momento, las carencias del lado republicano y el contraste con el lado nacional, y la mujer y su feminidad expresada en una sensualidad madura y sensible o bien en el instinto de madre y su capacidad de empatizar con otra distante que perderá a su hijo. Este es el personaje de Carmela, mujer deseada por republicanos y nacionales, mujer que sabe cautivar y ser fiel, mujer que llora y sueña con una boda ante Dios y al mismo tiempo lleva dentro un coraje más grande que el de los hombres para gritarles a sus enemigos que “sólo es nuestro deseo acabar con el fascismo”.
Banderas negras y rojas, banderas de la República Española en el fondo del escenario, Carmela canta y danza ante los milicianos republicanos que entonan y aplauden, vitorean y se emocionan. Paulino le continúa con su número de rapsoda pero a punto de recitar un poema de Antonio Machado dedicado al general Líster, jefe de los ejércitos del Ebro, con Gustavete detrás que acompaña con su guitarra, se escucha un grito: “¡Aviones!”. Es el sonido temible que paraliza y eleva las miradas, que inunda de temor y silencio, que amenaza con bombas que no pueden detenerse. Tomado del brazo por el muchacho, posada su mano sobre la de éste, “deben ser una de esas pavas alemanes…”, dice Paulino, mientras se acaban de ir los últimos sonidos de la muerte. La emoción de las palabras bellas que equiparan fusiles y plumas conmueve al auditorio. El humor ahora aparece en la trama: los espectadores republicanos comienzan a gritar algo que parece incomodar al artista que con miradas y a hurtadillas busca inútilmente rescate en Carmela. Están pidiendo un número que le resultaba indigno. Complacidos ya, desfallecen en risotadas para que luego, telón mediante, se cierre la obra con un número magistral: Paulino vestido de soldado y con bayoneta, junto a Carmela ataviada con blanco vestido y una corona de laureles en sus sienes, sosteniendo con su mano derecha la balanza de la justicia y con la otra el estandarte de la República. A los pies de ésta un león ficticio esconde a Gustavete, con un cartel que reza: “Para atrás ni para tomar impulso” y juntos entonan desafiantes estrofas contra los curas y los Reyes de España, por la libertad.
Sin embargo, las carencias de aquella república en combate son manifiestas, no hay camas ni alimento suficiente, no hay platos abundantes de arroz con mariscos como en el seminario que recuerda Paulino. Tampoco gasolina y los protagonistas tendrán que robar un poco de un camión para poder embarcarse por la ruta. La noche, la niebla, el bosque y el sueño les jugarán una mala pasada y terminarán en la zona controlada por los nacionales. Les quitarán sus pertenencias, y de nada servirán las lisonjeras palabras de Paulino al militar. Serán llevados a “la escuela” que no es más que un improvisado pero sombrío campo de prisioneros donde conocerán a un grupo de polacos pertenecientes a las brigadas internacionales. Carmela entablará conversación con uno de ellos, un joven (Edward Zentara) que desde el primer instante quedará fascinado por ella, cautivado por esa belleza algo madura que le enseña a pronunciar el nombre de la tierra por cuya causa ha venido a luchar. Allí presenciarán cómo la prepotencia del dominio de unos sobre los otros permite disponer de la vida como cosa propia. El miedo hará a la apostasía de los que estaban siendo vencidos, apostasía en vano porque no salvará del fusilamiento.
La posibilidad de ser ejecutados en cualquier momento será un fantasma que doblegará resistencias, salvo la de Carmela. Su condición de artistas será, no obstante, el pasaporte para una potencial libertad. Serán llevados ante el teniente Ripamonte (Maurizio de Razza), un director artístico italiano, devenido en soldado fascista y puesto allí por Mussolini para asegurar la victoria de los nacionales. Él será el diseñador de una obra teatral, con varios números musicales y con un cierre satírico y violento, para burla de los prisioneros polacos que se dispone a fusilar en la mañana siguiente. Número que terminará trágicamente para Carmela pero que exaltará su coraje de mujer al tiempo que la cobardía de los hombres que le quitarán la vida.
El film, como dijimos, apela al humor para explicar aspectos de la realidad en que se inspira. Juega con la sensualidad de Carmela cuando ésta distrae al soldado murciano en el campo republicano para que Paulino y Gustavete puedan hurtar la tan preciada gasolina, o cuando debe cautivar al comandante Ripamonte mostrándole su seno y convencerlo de que el uso de la bandera republicana sólo tenía por objetivo el de animar a los milicianos. Picaresca sensualidad femenina, también, en la impulsividad que hacía incontenible tanto su dignidad injuriada por el robo de sus pertenencias como por no tolerar el grotesco espectáculo de ofender a quienes se ha dispuesto su muerte. Humor en el disgusto de Paulino de hacer el grosero número frente a los republicanos, o al justificarse ante el teniente fascista; humor en la merienda de dudoso conejo que lo indigesta antes de actuar; humor en la complicidad de los amantes que anhelan la intimidad frente a la imagen del alcalde fusilado.
El drama y el miedo le dan el otro toque al film, el de la tragedia. La trama no deja de ser la historia de un intento desesperado por sobrevivir cuando ello depende de una obra artística. Son intérpretes de talento y eso puede resultar fundamental pero no es suficiente. Han sido capturados viniendo de la zona roja, con papeles expedidos por autoridades republicanas y con un estandarte de ese bando. Deben convencer a los nacionales de lo que no son. El carácter de los personajes se hará patente. El temor a ser ejecutados atraviesa la narrativa de principio a fin, aparece a veces de forma explícita, otras en una tensión que sólo se olvida por los instantes picarescos. El miedo a ser bombardeados por los aviones de la Alemania de Hitler; el miedo a ser fusilados por las tropas nacionales en el campo de prisioneros o por los soldados fascistas italianos cuando son trasladados sin saber a dónde. Temor que crecerá cuando llegue la hora de interpretar la obra final y que llegará a su cenit con el número de la bandera. ¿Podrá acaso Carmela soportar la indignidad de la ofensa violenta contra quiénes morirán? Este es el nudo de la historia.
En este punto confluyen las personalidades de los personajes principales y secundarios de la película. Paulino no es fascista pero tampoco parece comprometido con la causa republicana, es ante todo un artista profesional y su talento rebosa cualquiera sea la interpretación. No obstante, su aprensión, su siempre presente pensamiento de un final trágico e inminente, lo dominan. Y lo hace al punto de saludar con la misma facilidad con el puño cerrado que con el brazo en alto como los fascistas. Está dispuesto a la indignidad con tal de salvar la vida. Carmela misma lo ha tildado de cobarde “en las cosas de la vida” y lo ha culpado por sus exageradas adulaciones. Gustavete, en cambio, es sólo un muchacho, que recibe de ella un trato más de madre a hijo que de ayudante en sus escenarios. Ella dice que su mudez se debe a un bombardeo, que tácitamente atribuye a los nacionales y no a los rojos como ha dicho innecesariamente Paulino. Una suerte de hijo que los admira y que hace lo que dice Paulino y es tan cambiante en seguir sus lisonjas como él. Carmela, finalmente, posee la sensibilidad de una mujer y de una artista, capaz de emocionarse aún al oír recitar a su esposo un poema que le fastidia o al interpretar ella misma Mi España. Carmela quiso ser madre y le reprocha a su compañero no haberla dejado, ha deseado casarse por iglesia y tampoco él ha querido. Carmela es republicana y le cuesta disimularlo cuando la propia humillación choca con lo más profundo de sus sentimientos y de sus resistencias. Carmela representa también los vacíos que la guerra ha dejado entre esos hombres, ansiada por nacionales y republicanos.
Las escenas van decantando entre el amor y la picardía hasta llevar a la función que puede darles la libertad o la muerte. Ésta tiene varios actos, los más importantes, como ha dispuesto el teniente Ripamonte, con las tres banderas del “occidente cristiano” de aquel momento: la de la Alemania Nazi, la de la Italia de Mussolini y la de la España Imperial. El último, resulta discordante y su perspectiva incierta.
Carmela no deja de pensar en ese joven polaco y en el destino que le espera. Ha decidido no hacer el número y sólo la promesa del casamiento por Iglesia hecha por Paulino parece convencerla. Para ella es indigno. Cuando llega la actuación final, el contraste con la calidad de los anteriores es patente. Es un grotesco que cae en lo ordinario, en la vulgaridad. El film, ha ido dando pistas al espectador durante toda la trama, ha sabido crear expectativa sobre esta última interpretación adelantando líneas del guion a través de los diálogos entre los personajes. Sus comentarios, la permanente advertencia de Carmela de no estar dispuesta a ese cierre y la insistencia de Paulino. El diálogo previo al comienzo de la presentación lo refleja: Carmela ha dicho que no hará el número con los polacos presentes en el teatro, está decidida, lo cree una indignidad y reprocha a su esposo que no lo juzgue igual. Pero Paulino le recuerda la guerra y los cuerpos en las cunetas. Ella cede en apariencia y, sin embargo, él aún debe prometerle casamiento por Iglesia. El acto comienza con Paulino vestido de médico con un nombre indecoroso y con ademanes femeninos: se trata de una sátira de la homosexualidad, despectiva, ofensiva, que expresa también una visión muy similar respecto de las mujeres. Las líneas del personaje son de mal gusto, pese a ello logran provocar algunas risas entre los fascistas. Entran, luego, en escena Carmela y Gustavete. Ella, vestida de obrera, luce un mameluco azul, un gorro verde oliva y un pañuelo rojo al cuello, como los milicianos republicanos. El muchacho con un gorro negro de lana, y una camiseta roja con el martillo y la hoz estampadas en el pecho. Ella se presenta como “La República Española” y dice estar “malísima”. Las frases de doble sentido, los gestos picarescos y al tiempo una forma, vulgar, irónica y agresiva de decir que los rusos comunistas habían corrompido a España con la República. Y la República era, a los ojos de los fascistas, inmoral. El “médico” le ordena quitarse la ropa y aquí la interpretación de Carmela deja de ser profesional. Sus ojos y la expresión de su rostro trasunta la resistencia contra Paulino que la ha forzado a hacer ese número recordándole el poder de muerte de sus captores. Es demasiado real su negativa, la ficción y la realidad de sus sentimientos se entremezclan. Cuando por fin se desviste, el clima entre los asistentes da un vuelco total. Carmela muestra su cuerpo, y su piel es la bandera de la República. Las emociones de Mi España tienen su complemento en un odio que grita desde los palcos, desde los rincones oscuros del teatro: “golfa”, “asquerosa”, “muera” y esa palabra con que los hombres buscan dañar la honra de toda mujer. Ella mira con temor y hasta el reflector parece enloquecer y comienza a titilar como amenazando con la penumbra. El joven polaco que ha sido el único de sus compañeros que ha aplaudido de pie, embelesado por el talento y por la belleza simple de Carmela, afligido, ahora, le habla a un camarada. El “médico” pronuncia sus líneas infamantes, Paulino no se despega de su libreto pero ella ya no soporta y se sale del suyo con un rechazo fuera de todo guión. La tensión explota con los prisioneros que comienzan a cantar desde los palcos: “Luchamos contra los moros… ¡Ay, Carmela!”. Y ella se arranca la bandera que cubre su pecho mientras su esposo se arroja para cubrirla. Los fascistas no toleran la insolencia de los polacos que no cesan de entonar mientras son golpeados, y Carmela los acompaña libre ya de cualquier opresión. Todo se ha desbordado, Paulino intenta seguir el número, Gustavete mira confuso, el teniente Ripamonte está desconcertado, los fascistas insultan, amenazan. Carmela no calla como tampoco sus camaradas: “…acabar con el fascismo…” y grita “¡No les peguéis!”. Un militar entre los espectadores saca su arma y le apunta. “¡Cerrad la boca!”, ordena y dispara. La bala en la frente la derrumba cubierta aún con la bandera republicana. Paulino mira cómo sus miedos se cumplen, se ha equivocado: “los inocentes” tienen todo que temer. Gustavete grita, el trauma le ha devuelto el habla. Los fascistas quedan en silencio, atónitos, incluso el asesino.
El epílogo es la libertad y el llanto de los que han sobrevivido. Se despiden de ella, de Carmela que ha muerto de pie envuelta en la bandera de la República Española.
Título original: ¡Ay, Carmela!
Año: 1990
País: España
Duración: 102 minutos.
Dirección: Carlos Saura.
Guión: Rafael Azcona, Carlos Saura. Obra: José Sanchis Sinisterra.
Música: Alejandro Massó.
Fotografía: José Luis Alcaine.
Reparto: Carmen Maura, Andrés Pajares, Gabino Diego, Armando de Razza, Miguel Rellán, Edward Zentara, José Sancho, Antonio Fuentes, Silvia Casanova, Miguel Millán.
Productora: Coproducción España-Italia. Iberoamérica Films, Ellepi, RTVE.
Género: Drama. Comedia. /Comedia dramática. Teatro.
Información extraída de https://www.filmaffinity.com/es/film628326.html