Alatriste: Una España abandonada por Dios

Artículo realizado por Rosa Elena Figueroa.

El personaje

¿Un soldado o un aventurero? ¿Un mercenario o un fiel servidor del rey? ¿Quién es este capitán de los Viejos Tercios españoles que con la misma destreza desenfunda su espada para lo honorable como para lo miserable? “No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente” comienza la obra literaria de Arturo y Carlota Pérez Reverte, llamada Las Aventuras del Capitán Alatriste. En ella se inspira el film Alatriste, interpretado por Viggo Mortensen, bajo la dirección de Agustín Díaz Yanes.

Alatriste protagonzado por Viggo Mortensen.
Alatriste protagonzado por Viggo Mortensen.

El contexto

Maridaje de honor e indecencia, el personaje Alatriste encarna en sí mismo una época: una Europa en conflicto, pero fundamentalmente, una España en el crepúsculo de su imperio. “Cercada de enemigos”, “aún dominaba el mundo”, dice el narrador al comienzo del film, y sigue, “a Flandes, América, Filipinas, parte de Italia y norte de África, se habían unido Portugal y sus colonias”. Es el reinado del “rey planeta”, el de la unión de las Coronas de Portugal y Castilla en el trono de esta última. Y Flandes, donde comienza la historia de un capitán de los temibles Tercios Viejos de infantería. En efecto, para 1622, la Tregua de los Doce Años firmada con los holandeses, había expirado hacía un año, y una serie de sucesos habían inspirado un cambio de dirección respecto de la paz propugnada por el anterior rey. La guerra había regresado y Flandes era estratégico en la disputa por la hegemonía mundial con Holanda.

Es el momento de los Austrias menores y del Conde- Duque de Olivares, de un intento desesperado por recuperar un poderío que se escabulle por todas partes. Los últimos años de Felipe II y el reinado de Felipe III son el encabalgamiento entre el poderoso imperio y el de los reyes que no quieren, que no saben cómo administrar las mayores posesiones de la Tierra. Cuando Felipe IV ascienda al trono en 1621, recibirá de su padre un vasto territorio que, después de más de dos décadas ha guardado la paz pero descuidado su fortuna. Es también la España de la Armada Invencible vencida, de las deudas y las bancarrotas, del despoblamiento de Castilla, la peste y el hambre, la de la lucha contra los protestantes y de las fuerzas centrífugas. Dirá Elliott de este tiempo: “La crisis de finales del siglo XVI divide la vida de Cervantes como divide la vida de España, separando los días de heroísmo de los días de desengaño” (Elliott, 1963).

Alatriste y don Francisco de Quevedo.
Alatriste y don Francisco de Quevedo.

La sociedad

“En aquellos tiempos la capital de las Españas era un lugar donde la vida había que buscársela a salto de mata, en una esquina, entre el brillo de dos aceros”, dice el narrador en la pluma de Arturo y Carlota Pérez-Reverte (Pérez-Reverte, 1996). Una sociedad golpeada por los quebrantos del reino cuyos costes recaerán sobre los sectores subalternos. Dice Elliott que “el siglo XVII es, ante todo, la época del pícaro (…) hoy hambriento, mañana harto, pero nunca mancilla sus manos con el trabajo honrado” (Elliott, 1963). Ambiente este, agrega, de “desengaño, de desilusión nacional” (Elliott, 1963).

Una sociedad donde el dinero y el valor juegan a la par, en donde es posible venderse por un sueldo para matar a dos desconocidos al tiempo que guardar códigos de dignidad y venganza que atravesarán los años. “Es una sociedad basada en la paradoja y el contraste (…) los moros y cristianos, devoción e hipocresía, fervientes profesiones de fe y relajación excepcional de costumbres, enormes riquezas y misérrima pobreza” (Elliott, 1963). Así es Alatriste, el valeroso veterano de Flandes y el espadachín que asesina a cambio de unas cuantas monedas.

El hispanista señala otro contraste: “una sociedad con un falso sentido de los valores […] Que esa sociedad hubiese podido edificar una brillante civilización, tan rica en realizaciones culturales como pobre en realizaciones económicas, es una más de sus muchas paradojas. En efecto, la edad de la moneda de cobre era el siglo de oro de España” (Elliott, 1963). Sí, el siglo dorado de Cervantes, de Quevedo, de Velázquez, es el siglo de la decadencia. El mecenazgo de los detentores del poder y su fortuna explica la buenaventura de los artistas. Como muestra el film: “Pues corre el rumor que el conde de Olivares comienza a teneros aprecio”, le dice Alatriste a don Francisco Quevedo (Juan Echanove), en la escena de la taberna.

La trama pincelará estos claroscuros del pasado imperial español conjugando realidad y ficción, interpelando la sapiencia del espectador, trazando personajes históricos e imaginados para dar verosimilitud a una historia contada como lo hicieron los Pérez -Reverte con su literatura. Mostrar una época, una sociedad, unos hombres, valores en transición, amores, honores y miserias, grandezas y bajezas, arte sublime y brutalidad de guerra, bajo un telón grisáceo, frío y nublado, que da tonalidad a la cinta como reflejando el ocaso de un imperio. Son los artilugios con que el director escenifica magistralmente aquel tiempo.

La trama se divide en dos instancias, la primera transcurre entre 1622 y 1625 y la segunda diez años después y de allí hasta la Batalla de Rocroi. Dos personajes transitan estas estaciones de su primera juventud hasta la adultez, ellos son Angélica de Alquézar, interpretada primero por Nadia de Santiago y luego por Elena Anaya, e Iñigo de Balboa caracterizado por Nacho Pérez de la Paz y finalmente por Unax Ugalde. Comenzaremos, entonces, por 1622.

Escena de la película.
Escena de la película.

Las intrigas

Es 1622 en Flandes, en las gélidas aguas bajo la niebla, emerge una figura fantasmal y recia y con un mosquete en alto. Es Diego Alatriste, capitán de los temibles Tercios Españoles. Combinando armas blancas y de fuego, en un asalto sorpresa en la bucosidad de la noche, logran desbaratar con implacable impiedad, un campamento enemigo. No ha sido fácil. El templado capitán encabeza a sus hombres, uno de ellos parece temeroso o friolento, pero con sus dientes rechinantes amenaza turbar la sorpresa. Si no fuese por ese pañuelo que, dado por Alatriste, ha servido para silenciarlo, así hubiese ocurrido. Es el conde de Guadalmedina (Eduardo Noriega), noble de gran rango pero titubeante en la batalla. Entretanto, un amigo del capitán, que antes de perder su vida a manos de un adversario, le encarga a su hijo. Este joven, llamado Iñigo Balboa, se convertirá para el solitario soldado del rey, en alguien a quien cuidará con fidelidad. Junto a él, Sebastián (Eduardo Fernández) el más inseparable de los amigos. Iñigo es también quien se presentará al final como narrador de la historia de Alatriste.

En la España de Felipe IV (Simon Cohen), dominada por su valido, el Conde-Duque de Olivares (Javier Cámara), las intrigas atraviesan la corte. Es un monarca de gran fama pero abstraído tras el dominio palaciego de su privado y la injerencia a trastienda de la Santa Inquisición, que de la nada aparece buscando víctimas más políticas que religiosas. Las traiciones, las aventuras personales, la codicia, las revanchas, el orgullo y el amor, entreverados todos en la decadencia y en la corrupción, pero también en el Siglo de Oro del arte y de la literatura. Ironías de un imperio deteriorado al tiempo del esplendor artístico. La historia no pierde nunca este contexto: un año después de aquella batalla en Flandes, ya en Madrid, en una taberna junto a Alatriste, don Francisco Quevedo dialoga ásperamente con unos jóvenes que elogian al poeta Luis de Góngora y Argote, sin olvidar mencionar a Cervantes y a la sublime obra de Velázquez.

En ese instante un hombre de capa entra como buscando a alguien y generando bullicio entre los concurrentes. Es Martín Saldaña (Francesc Garrido), que se retira y es seguido por el capitán. Hay una propuesta y una cita. En ella, conoce a un hombre de negro y de elegante silueta que, al parecer, lo acompañará en la emboscada. Un secretario del rey, Luis de Alquézar (Jesús Castejón) les ofrece paga por dar muerte a dos extranjeros en esa misma noche. Todo bajo la bendición de terminar con herejes, según sentencia fray Emilio Bocanegra (Blanca Portillo), presidente del Santo Tribunal de la Inquisición. Presentimiento o astucia de viejo guerrero, lleva a Alatriste a boicotear la ejecución justo antes de que su sombrío compañero les asestara el sablazo a los emboscados. Un enemigo de por vida se ganará el protagonista. Salvados los ingleses por el capitán (uno de ellos era el mismísimo príncipe de Gales que había llegado de incógnito en pos de una posible alianza matrimonial), y al amparo del conde de Guadalmedina, éste busca saber qué pasó. Su protegido Alatriste, no suelta prenda. Es fiel y discreto, el orgullo y la cautela respecto de los intrigantes que lo han contratado, le cierran los labios, pese a la insistencia de su señor.

Iñigo se presenta en la película ya a la guarda del amigo de su padre. Un día, al girar en una esquina, embiste a una aristocrática muchacha que, ofendida, lo fuerza a llevarla en andas. Ya se han visto, ella en un majestuoso carruaje, él llanamente vestido caminando por las calles. Ella es Angélica de Alquézar, es sobrina de Luis de Alquézar y parte de la intriga contra el valido del rey y cuenta, además, con los servicios del reservado caballero que había quedado ofendido y mal pago por la deserción del capitán. Acaso la dama se arrepiente de la sentencia fatal sobre el veterano de Flandes porque se ha enamorado del joven, que sabe está a su encargo. Este tenebroso caballero, en otro encuentro con Iñigo, lo dejará ir, lamentándose apenas de no acabar con él por ser un chiquillo.

La defección de Alatriste no quedará en la nada y será arrestado por la Santa Inquisición. El dominico Bocanegra, muy fervoroso en externalidades sacras, obligando a postrarse al capitán y él mismo de rodillas le lanza una advertencia feroz: pagará en la tierra con su carne mortal, libre queda, pero “la ira de Dios sabrá donde encontraros”.

La noche y el callejón, ovejas sin pastor, y de nuevo aquel extraño caballero que aparece afable y hasta le brinda al capitán una pistola para protegerse de un eventual peligro al ver venir a unos desconocidos. Gualterio Malatesta (Enrico Lo Verso) se presenta, es el silencioso caballero italiano que Alatriste indignó con su piadoso perdón a los incognitos visitantes ingleses. Tras unas breves palabras, mezcla de amabilidad, misterio y tensión, devuelta el arma a su dueño, le descarga un sablazo sobre el hombro a Alatriste. El encuentro futuro está fijado, sin fecha ni lugar seguro, pero sellado como destino. La vida o la muerte a la vuelta de una esquina, a salto de mata.

El amor

Un encuentro en medio de una conversación sobre una comedia, Rafael (José Luis Santos) le presenta a su esposa, la hermosa actriz María de Castro (Ariadna Gil). Diego y ella ya se conocen, sus miradas cómplices se cruzan. Han sido amantes y vuelven a serlo. Costumbres excepcionalmente relajadas decía Elliott, ya que María tiene la anuencia de su esposo, al que dice hacer ganar mucho dinero. En su reencuentro se revela una vieja historia de amor que los une y los separa, ella habla de su futuro, y él le responde “en el futuro todos muertos”. Como dice Elliott, respecto de esta España, “en el último momento la realidad siempre surge tras la ilusión” (Elliott, 1963).

Escena de la película.
Escena de la película.

La guerra

El asunto del viajero inglés no ha sido poca cosa, el Conde de Olivares, ha hecho sus averiguaciones y el conde de Guadalmedina visita a Alatriste para anoticiarlo de la cita con el valido del rey. Es entonces cuando el orgullo refleja esos extremos, “enormes riquezas y misérrima pobreza”. Riqueza de un conde que con soberbia se proclama diferente, un grande de España, y su protegido de botas rotas que reclama igualdad en la batalla y que orgulloso desobedece la orden de comprar calzados nuevos sólo para el encuentro con el hombre más poderoso del imperio.

Aquí la reconstrucción de época se parece al cuadro que describe Elliott: “con papeles de estado encajados en sus sombreros o desbordando de sus bolsillos, siempre en una furia de actividad, siempre rodeado de secretarios corriendo por todas partes” (Elliott, 1963). No corren pero están ensimismados en sus tareas, y el conde se muestra como un auténtico hombre de estado, en un enorme despacho donde ocupa el lugar central. Viendo a Alatriste con sus impresentables calzados responderá a ese orgullo con un ligero sarcasmo, en efecto el de las botas rotas no es capitán, es sólo un apodo. Intentará en vano quebrar la discreción del recién llegado y, enseguida, le demuestra estar al tanto de todo llamando a don Luis de Alquézar e interrogándolo en su presencia. Las botas desgarradas son buen pretexto para el valido del rey: “El señor Alatriste es pobre y altivo pero a lo que parece… valiente, discreto y de fiar”, dice. El secretario será despachado allí mismo para las Indias. Seguro de la valía de su soldado le presenta sus planes sobre Flandes, la importante Flandes que lo desvela.

Es 1625, es Breda. Después de un tedioso año de asedio, y una tenaz lucha que incluyó reclamos por falta de paga durante meses, los soldados españoles han vencido. Nuevamente el director sitúa al espectador en contexto: las dificultades de la Corona para afrontar sus deudas y sostener la guerra son un problema que se ha vuelto crónico. Las finanzas quebrarán a dos años de esta batalla. Muestra también el sacrificio de esos hombres, harapientos y mal pagos, que luchan por un imperio cuyos beneficios se atiborran en los poderosos. Y otra vez el contraste de época: la imagen de lo que será La Rendición de Breda, inmortalizada por el talento de Velázquez. Y un detalle que no se menciona en la película pero sí en la obra de Pérez- Reverte. El capitán Alatriste aparece en la pintura detrás del caballo.

La segunda instancia: diez años después

En Madrid, La Rendición de Breda, por fin terminada, atraviesa la plaza. Iñigo ya adulto se presenta ante el Conde-Duque de Olivares para recibir de éste una carta para el capitán. Luego va al arribo de los veteranos de Flandes, en aquel año de 1635. Iñigo pone al tanto a Diego de las novedades, entre ellas, su lugar en la Corte, la casi inevitable guerra con Francia y el regreso de las Indias de Angélica de Alquézar. El contenido de la carta sale a la luz mientras conversan don Francisco Quevedo, el capitán y un Iñigo que insiste, pese al fastidio de su tutor, con ser un espadachín a sueldo. El conde de Guadalmedina le informará, luego, los detalles. Se trata, de un encargo del privado del rey, hay que abordar y asaltar un barco flamenco donde habrá una carga no declarada de dos mil barras de oro.

De a poco se van reanudando las historias pendientes del pasado. El amor reaparece para Diego en la obra de teatro donde María aprovecha su papel para llamarlo “cobarde”, e Iñigo se reencuentra con Angélica. Y vuelve la venganza que ha sellado un destino: Gualterio Malatesta se cruza con el joven Balboa y ambos renuevan el duelo que también entre ellos ha quedado establecido. Pero esa noche ocurre algo. Alguien más ha fijado su atención en María, es el rey.

Cuando en el encuentro entre los amantes, ella le diga a Alatriste que quedará viuda y que ha pensado en él para casarse de nuevo, se revela el desencuentro entre los sentimientos. El rey, además, le ha enviado unos pendientes que Diego retira con fastidio. Se anuncia así un acontecimiento que trocará sus destinos y que otra vez hace jugar la ficción con la historia. Cuando tras el atraco al barco flamenco y premiado por el rey con un costoso colgante que ha intercambiado por un collar para María, el capitán decida ir a buscar a su amada, será tarde. Una vez más, el opulento monarca, desagradece los sacrificios de sus hombres. Son pobres como se queja Diego Alatriste, y son impagos, porque el colgante de oro no fue por luchar por España sino por robar un cargamento en beneficio propio de su señor. Pero, además, son despojados de sus amores. El capitán se ha enfrentado al propio Guadalmedina y lo ha herido con su espada; sin embargo, al ver a Felipe IV salir de los aposentos de María, baja la guardia, siempre resignadamente fiel. La ficción nos acerca a la historia, decíamos. Alatriste volverá a ver a María en una desgraciada ocasión y luego no lo hará hasta visitarla en el hospital para sifilíticas y despedirse entregándole el collar con el cual pensó aquella vez pedirle matrimonio. La sífilis y la endogamia hicieron estragos en la dinastía de los Habsburgo hasta marcar su final con Carlos II y la Guerra de Sucesión Española.

Cuentas pendientes

Regresando al abordaje al barco flamenco, Alatriste lo hará con sus amigos y compañeros de batalla. Faltaba Iñigo que, antes del suceso ha sido herido intencionalmente por Angélica de una puñalada en la pierna. En el caos de los enfrentamientos, envueltos en una penumbra gris que confunde, surge de repente la figura conocida de Malatesta. Es el momento juramentado, quizás. El capitán y el caballero de Palermo se trenzan en un duelo personal que el español gana y cuando sólo resta la estocada final, su mal herido adversario salta al agua y salva el pellejo. Alatriste se queda insatisfecho. Pero esa noche sucederá algo inesperado: el capitán y Sebastián asesinan a dos de sus amigos que querían quedarse con el botín. La orden era no bajar a la bodega pero lo han hecho y es grande la tentación. Sin saber todavía que hasta en sus sentimientos será robado, Alatriste es fiel a su rey.

El día del encuentro parece acercarse, Malatesta yace moribundo en su lecho cuando despierta y ve al capitán apuntándole. ¿Es el momento? No. La entrada de la mujer del italiano interrumpe la ejecución. No es honorable, no es de valiente asesinarlo indefenso ante su mujer.

Pero lo pendiente es lo pendiente y no todos se detienen frente a una dama. Luego del incidente con María y el rey, Alatriste sabe que debe disculparse con su antiguo protector pues es un grande de España, aunque tiemble de miedo o de frío en la batalla. Le llega una carta de María invitando a un encuentro. Cuando arriba, lo sorprende una trampa. Martín Saldaña, el conde de Guadalmedina y don Luis de Alquézar están frente a él. Salvo por el primero que, alguna vez, le dejó ocultar una daga al caer preso de la Santa Inquisición, sus enemigos parecen haberse reunido todos, excepto uno. Mortalmente herido uno y cortado el otro, sólo quedaba al secretario del Conde-Duque huir con Guadalmedina. El que faltaba, entonces, aparece. Por fin el tan prometido duelo va a darse. El despliegue de sables es sublimemente diestro, la mortal vizcaína de Diego, las capas. Malatesta asesta un golpe de gracia y Alatriste cae, se arrastra dando infructuosos sablazos. El caballero siniestro, descarga su espada sobre un hombre que yace en el suelo sin sus armas. Y se retira. ¿Ha vencido?

Martín, aún vivo, se despide de Alatriste y muere. María sale de su escondite para ir con su amado, solloza y se excusa, la han obligado.

El duelo entre Malatesta y el capitán pudo haber concluido pero hay otro pendiente. En la noche, mientras el italiano afilaba su espada, Iñigo se presenta en su casa. Aquél lo estaba esperando. No sabe si volverá a comer con su mujer. Afuera en las paredes los sables sacan chispas. De pronto, unos movimientos precisos entregan servido a Malatesta. La espada lo atraviesa y una vizcaína le quita el sufrimiento. Al día siguiente, el mal herido Alatriste se recupera junto a su pupilo, cuando interrumpe la viuda. Otra vez los contrastes, códigos de honor entre hombres que matan y roban por dinero. Ha sido el deseo del enemigo italiano que de morir él primero, su espada y su esposa han de quedar en poder del capitán. Los hombres sólo se quedan con la espada. Cuentas cerradas.

El desenlace

Luego de recuperarse y de despedirse de María, Alatriste ve a Iñigo ser preso por orden del rey acusado de espiar para Francia. Para ese entonces la guerra con el reino Borbón de Richelieu ya ha estallado. Los poderosos se cobran sus asuntos. Don Luis de Alquézar casará a Angélica con el conde de Guadalmedina y, arreglando la dote, surge el nombre de Alatriste. El conde no quiere que su otrora protegido muera. Pero al memorioso fray Emilio Bocanegra, también presente en la reunión, se le ocurre una prodigiosa idea. Un año transcurrirá el joven Balboa en las galeras, hasta que por fin su tutor llegará a la condesa y por su intermedio, con una nota al Conde-Duque. Ella aún lo ama, pero no fue capaz de huir con él a Nápoles cuando se lo propuso. En sus oídos resonaron las palabras de su tío prometiendo grandeza para sus hijos y ella regresó sobre sus pasos por las escaleras para dejar su destino unido al de Guadalmedina.

La escena del encuentro con Olivares busca reflejar el agotamiento de un hombre de estado y, sobre todo, de un imperio. El valido del rey parece no querer escuchar nada más que sus propias quejas y reproches, su barba blanca, su andar que ya no es firme y se sostiene sobre un bastón. “El honor y la grandeza de España se han perdido, capitán. Dios, nuestro Señor… nos ha abandonado”, sentencia. Esta frase rememora un reconocido pasaje del libro de John Elliott La España imperial: 1469-1716, en el cual el gran historiador británico de la hispanidad resalta “el hundimiento de una nación que parecía haber sido abandonada por su Dios” (Elliott, 1963). Y prosigue el privado del rey haciendo un recorrido sobre las pérdidas de la Corona entre las que destacan la rebelión de Portugal y Cataluña. Con una frase el Conde-Duque nos da un indicio del año que atraviesan: 1640. Sobre este año, para el cual Olivares creía poder concluir su proyectada Unión de Armas, nos explica Elliott, que fue el “de la disolución del sistema económico y político del cual la Monarquía había dependido durante tanto tiempo” (Elliott, 1963). Por eso el personaje de nuestro film afirma: “Este es el año más infortunado que jamás haya experimentado la monarquía”. El Conde -Duque parece obsesionado con hacer un último esfuerzo y de nuevo sobre Flandes. Pero a Alatriste lo que le interesa es Iñigo, y al verse rechazado e ignorado en sus reclamos por un poderoso que, una vez más, no reconoce el esfuerzo y los sacrificios de sus hombres, suelta un grito a “su excelencia” que retumba en la sala dejando estupefactos a los secretarios. Finalmente, Iñigo será liberado y dejado en una playa donde lo espera el capitán, que lo abraza y por primera vez lo llama hijo.

Rocroi, mayo de 1643

La guerra con Francia no ha terminado. La épica de esta última escena intenta poner al espectador en la dureza y la destreza de los ejércitos de entonces. El abierto campo de batalla, las formaciones, las picas y las espadas, las pistolas y los mosquetes. Son los Tercios Viejos de Cartagena, como dice la leyenda al pie del acto. Caballos y cañones, vestidos de caballeros y de armaduras, los españoles. Los franceses van claramente mejor pertrechados. Pero los tercios y su clásica táctica parecen seguir siendo invencibles pese a la carga de caballería. Sólo la imitación de ellos, que lo fue por otros ejércitos europeos de entonces, pudo romper su formación.

El capitán cae bajo el cuerpo de un enemigo que ha abatido, y no tiene fuerzas para quitárselo de encima. Acaso es un instante de descanso mirando al cielo que preanuncia el final. Una breve tregua para rescatar los cuerpos y los heridos. Sebastián, el viejo amigo, el que salvó a Iñigo de los prestamistas impagos que amenazaban con matarlo, no vivirá mucho más. Por su encargo, el joven Balboa contará la historia. Los franceses ofrecen una rendición honrosa reconociendo el valor con el que han combatido. Los compañeros se tambalean, el capitán los sostiene y con firmeza responde: “Decidle al duque de Enghien que agradecemos sus palabras. Pero éste es un Tercio Español”. La última formación con el capitán Alatriste resistiendo de pie los disparos sobre su cuerpo. Es la imagen de un final para aquella España que supo ser el mayor imperio de su tiempo, el de la Armada Invencible y la infantería más temible, que se aferra a la grandeza de antaño pero decadente y, buena medida, ya vencida. La imagen de una España que, en efecto, “parecía haber sido abandonada por su Dios” (Elliott, 1963).

El Capitán Alatriste, editado por Alfaguara.
El Capitán Alatriste, editado por Alfaguara.

Bibliografía:

Elliott, J. H. (1963); La España imperial: 1469-1716. Titivillus.

Pérez-Reverte, A. y Pérez- Reverté, C. (1996). El capitán Alatriste. Las aventuras del capitán Alatriste. Madrid: Santillana.

Ficha técnica

Afiche promocional de la película.
Afiche promocional de la película.

Título: El capitán Alatriste

Título original: Alatriste

Año: 2006

País: España

Duración: 140 minutos.

Dirección: Agustín Díaz Yanes.

Guión: Agustín Díaz Yanes (guionista). Arturo Pérez-Reverte (novela).

Música: Roque Baños.

Fotografía: Paco Femenía.

Reparto:Viggo Mortensen, Elena Anaya, Unax Ugalde, Eduard Fernández, Enrico Lo Verso, Eduardo Noriega, Juan Echavone, Ariadna Gil.

Productoras: Coproducción España-Francia-Estados Unidos. Estudios Picasso; Origen PC; Belén Atienza.

Género:Drama. Aventura./ Acción./ Drama./ Comedia. / Histórico.

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