Celebrar a la española: “El pasaje peligroso de la fuerte ventura” (Castilla, 1428)

A cargo de la Prof. Martina Diaz Sammaroni (UNMDP)

El siglo XV fue, para el reino de Castilla, un período rico en manifestaciones festivas, sobre todo las de tipo caballerescas. Las justas, los torneos y los pasos de armas, reunían a la corte y al pueblo llano en comunión para disfrutar de un espectáculo visual único en el que destacaban la esplendidez de las armas y los arreglos de los caballos, así como la textura de las telas que revestían las paredes, las puertas y las ventanas de los lugares en los que se organizaban dichos eventos. De igual modo, los hombres y las mujeres podían sentir el olor a las hierbas aromáticas esparcidas por las calles, escuchar los gritos de arenga antes del combate, el vitoreo del público y el sonido de los instrumentos que acompañaban y pautaban cada fase.

Pero no todo era jolgorio y diversión: el telón de fondo de estas festividades lo constituyó la guerra contra los moros de Granada. Así, estas ocasiones no sólo se convirtieron en oportunidades para visibilizar los rangos y las fortunas, sino también para preparar a los caballeros para una misión superior, reforzando los valores cristianos y habilitando la ejercitación de nuevas técnicas y estrategias para el combate (Ruiz Domenec, 1994, p. 34).

Con todo, los pasos de armas, entre otras manifestaciones, han formado parte, quizás, de la tendencia más clara a “novelizar” la vida, es decir, a romantizar las relaciones con las damas, por cuyo amor se organizaban y se realizaban promesas y votos (De Andrés Díaz, Rosana, 1986, pp. 81-107). En estos encuentros, un caballero —en adelante el “mantenedor del paso”— se situaba en un punto concreto —como podía ser la puerta de una ciudad, un puente o la intersección entre dos caminos— y se disponía a defender ese lugar batiéndose en duelo con aquellos que intentaran pasar por allí, es decir, los aventureros. El evento, a su vez, era seguido y monitoreado por un jurado que vigilaba el desarrollo del combate.

Para explorar un ejemplo en concreto, los invitamos a viajar a la villa de Valladolid en mayo de 1428. Allí, el 18, tuvo lugar un bellísimo paso organizado por el infante Enrique de Aragón, primo del rey don Juan II de Castilla, en el marco de los festejos en honor a doña Leonor (quien iba a casarse con el infante Duarte, heredero de la corona portuguesa). En la plaza principal, habían dispuesto una fortaleza de madera y lienzo, compuesta por una torre muy alta con cuatro torrejones encima y un campanario que tenía sobre sí un pilar en el que, en la parte superior, resaltaba un grifo1 dorado que sostenía en sus brazos un estandarte blanco y colorado2. Aquella torre estaba rodeada por otras doce más pequeñas en las que también ondulaban banderas con los mismos colores. Debajo, había una tela que atravesaba la estructura, en la que estaba inscripta la frase “este es el arco del pasaje peligroso de la fuerte ventura”. Además, de cada lado había un hombre con una bocina de cuerno, cerca de una rueda de oro muy grande y rica que se llamaba “Rueda de la Aventura”.3 Aquel era un escenario bélico ficticio, frente al que el infante don Enrique danzó durante algunas horas con los hombres más gentiles de su casa, para después ofrecer un banquete en el que se sirvieron muchas gallinas, carneros, cabritos y vinos. 

Luego de haber comido y bebido hasta la saciedad, los presentes disfrutaron de un entremés muy particular. De él tomaron parte ocho doncellas muy bien vestidas, quienes se abrieron camino al galope sobre “gentiles corzeles”, todos con sus paramentos diseñados para la ocasión (Crónica del Halconero de Juan II, cap. III, p. 21). Inmediatamente detrás, venía un carro que transportaba a una mujer que representaba a la diosa Fortuna, rodeada de doce doncellas que iban cantando al son de la música que tocaban los ministriles que las acompañaban. Cuando llegaron al escenario que habían montado, se sentaron al pie de la rueda, al tiempo que, de las torres dispuestas por encima de la puerta de la fortaleza, se asomaban muchos “gentiles omes”, con unas sobrecotas4 de argentería5 que relucían bajo la claridad del día.

En ese momento, entraron en escena el infante y sus caballeros armados, dirigiéndose a la estructura mientras que, a medida que se iban aproximando, los hombres que allí estaban hacían sonar sus bocinas de cuerno y repicaban la campana. Al respecto, Gisela Coronado Schwindt (2017) ha expresado que “el acto de comunicar, la recepción del mensaje y por lo tanto la generación de una respuesta positiva, negativa o indiferente, debía ser asegurada a partir de un esquema claro de reproducción sonora” (p. 144). De acuerdo a ello, el sonido de las bocinas y las campanadas tenía por objeto advertir a los caballeros la inminencia del peligro y la posibilidad de muerte si traspasaban aquel pasaje.

 Así pues, de la fortaleza salieron dos personas que preguntaron: “cavalleros, ¿qué ventura vos traxo a este tan peligroso passo, que se llama de la fuerte ventura? Cúnplevos que vos volbades, sinon non podredes pasar syn justa” (Crónica del Halconero de Juan II, cap. III, p. 22). Ante lo cual, se levantó y salió el rey de Castilla con su vestimenta de oro y plata cubierta de una tela de armiño muy fino y un plumón con una diadema de mariposas6 en el yelmo, acompañado de veinticuatro hombres, todos con sus armaduras relucientes, vestidos de verde. Posicionados cada uno en su lugar, cuenta el cronista que quebró dos varas muy fuertes, moviéndose con tanta destreza que “verlo era una maravilla”. A ellos se sumaron el rey de Navarra con sus hombres, quienes salieron “como molinos de viento”, pero aquí los hechos no tuvieron un final feliz: uno de los participantes, Álvaro de Sandobal, murió por la fuerza del impacto de una de las varas sobre su cuerpo. Aquel día, terminó, como era costumbre, con un gran banquete.

Como vemos, más allá de la teatralización de estas ocasiones, había siempre un riesgo físico real. Los caballeros ponían en juego sus mejoras destrezas ante un público que seguía expectante cada movimiento. Los pasos y las justas, ideados como un espectáculo para entretener y divertir a los presentes, de un momento para otro podían convertirse en un escenario de conflicto y tragedia, lo que, de alguna manera, le agregaba un condimento especial y convertía a cada evento en una fuente de expectativas de todo tipo.

Fuente

Carriazo, J. (Ed.) (2006). Crónica del Halconero de Juan II. Pedro Carrillo de Huete. Marcial Pons

Bibliografía

  • Coronado Schwindt, G. (2017). Marcas de sonoridad en la documentación sinodal y concejil del reino de Castilla (siglos XV-XVI). En G. Rodríguez y G. Coronado Schwindt (Dirs.), Abordajes sensoriales del mundo medieval (pp. 129-149). Universidad Nacional de Mar del Plata.
  • De Andrés Diaz, R. (1986). Las fiestas de caballería en la Castilla de los Trastámara. En M.A. Ladero Quesada (Coord.), En la España Medieval (V). Estudios en memoria del Profesor Claudio Sánchez Albornoz (pp. 81-107). Universidad Complutense.
  • Gómez Chacón, L. (2018). La Rueda de la Fortuna. Base de datos digital de Iconografía Medieval. Universidad Complutense de Madrid. www.ucm.es/bdiconografiamedieval/rueda-fortuna
  • Morales Muñiz, D. (1996). El simbolismo animal en la cultura medieval. Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval, (9), 229-255.
  • Ruiz Domenec, J. E. (1994). Reflexiones sobre la fiesta en la Edad Media. SÉMATA, Ciencias Sociais e Humanidades, N° 6, 31-43.
  • Silva Santa Cruz, N. (2012). Grifo. Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. IV, Nº 8, 45-65.

Notas:

1 Dentro del repertorio iconográfico medieval se identifica con frecuencia la imagen del grifo, un ser fantástico que adopta el aspecto de un felino alado y cuyo origen remoto se rastrea en las antiguas civilizaciones del Próximo Oriente, alcanzando una gran difusión en la Antigüedad Clásica. Esta criatura desempeñó frecuentemente en el Medievo el papel de guardián, desarrollando un destacado valor apotropaico y de protección a los difuntos. Asimismo, como muchos otros elementos de la mitología antigua, fue incorporado a los bestiarios, siendo moralizado y pasando a integrar los programas iconográficos figurativos religiosos, adoptando variados —y a veces contrapuestos— significados, ya fuera como encarnación de Cristo o del propio Satán (Silva Santa Cruz, 2012, pp. 45-65).

2 Son los colores simbólicos de los caballeros cruzados.

3 La “Rueda de la Aventura” en realidad era una alusión a la de la Fortuna, peligrosa porque recordaba a los caballeros la incapacidad de predecir la suerte. Es un tema iconográfico de raíces grecorromanas. Es precisamente en el mundo clásico donde surge el culto a la diosa Fortuna, también conocida como Tyche −hija de Tethys y Océnano, según la Teogonía de Hesíodo−, cuyo poder residía en la capacidad de otorgar buena o mala suerte, lo que la convertía en una divinidad temida, capaz de influir sobre el destino de los mortales (Gómez Chacón, 2018).

4 Vestidura que llevaban los reyes de armas en las funciones públicas, sobre la cual estaban bordados los escudos reales, https://dle.rae.es

5 Bordadura brillante de plata u oro, https://dle.rae.es

6 Las mariposas, así como los insectos voladores, eran apreciadas en el mundo medieval. La capacidad de volar y su adscripción al aire, estaba asociada a la espiritualidad, la trascendencia y la elevación del alma (Morales Muñiz, 1996, pp. 229-255).

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